Eran profesores normalistas de primaria -dijo mi amigo- unidos por sus gustos. Se veían para un desayuno cada mes -continuó aquél y siguió: ya ni me acuerdo como fui a unir con ellos; había otros no profesores, pocos. Era, digamos grupo de viajeros o turistas como quieras llamarlo. Creo fue la invitación de una Agencia de Viajes para un crucero; sí, eso fue. Faltaba una persona para cubrir la cuota de camas de camarotes. Así los conocí.
¿Sabes -comenta con sonrisa pícara y seria: me pasmaban las cantidades de comida que se servían del buffet al desayunar; esto aquí, en el Hotel… Cada plato iba con montón, montaña de alimentos… jugo, luego fruta de toda, en almíbar y fresca y después los cereales y yogures regados con todo lo habido y por haber: pasas, nueces, ciruelas, almendras, mermeladas, chocochips, granola… Seguía el menudo, el pozole con tostadas, cebolla, orégano, limón; los huevos en omelette, rancheros, con machaca; se continuaba con chilaquiles rojos y blancos, frijoles, barbacoa, cortadillo, cochinita pibil ¿sabes? todo revuelto, mezclado: chicharrón en salsa, tocino, salchichas, waffles, hot-cakes, bisquets de todo cuanto se mostraba se servían sin dejar guiso, pan, compotas, quesos, pastelillos, fiambre sin asaltar. ¿Tú puedes creer que tragaban tras el menudo los hot-cakes con huevo estrellado, salchichas y miel para seguir con enchiladas, gorditas y tamales…? Auténtico! Ve a verlos y verás. Para ellos -contaba mi amigo- el buffet era cuestión de asalto. En fin.
Puerto Rico fue la primera escala. ¡Esmeraldas! ¡Diamantes!… Quien más quien menos compraron gemas; unas chiquitas, medianas, pequeñajas. Un caso llamó general atención de propios y extraños: aquella profe: una de las compañeras pareció tener a disposición sin límite ninguno la Secretaría de Hacienda. -Como lo escuchas; especificaba mi colega- Busco… bueno, quiero esmeraldas; con brillantes; grandes. Muéstreme lo mejorcito que tengan… Iba con la amiga de siempre, profe también, venida de Piedras allá por los 90s. Parecían uña y mugre. Amo y lacayo. -Mi amigo, medio encabronado me describió su comprita personal: la de un llaverillo con chapa de 12- …mientras aquella profesora -parienta, te digo; me dice; parienta como de súbito Creso- compró tres anillos con esmeraldas de a kilo a juego con aretes cada uno. Marlon -mi amigo- cuenta se le salían los ojos al oír el total en dólares ¡claro! de la compra de la señora profe.
Un día -recordó- al salir de negocio de batics, en Dominica, ella se dislocó y escoreó el tobillo y pantorrilla derechas. Varios la ayudaron a volver al barco. Se recluyó junto con su compañera; pasado buen rato sin verlas por ningún lugar, Marlon llamó al camarote de ellas para informarse. La profe agradeció la atención.
-Estoy bien, gracias. Además, si me aumentan las molestias llamó a m’hijo y Vicentillo me manda luego-luego el avión (sic?¡!).
Las reuniones del grupo en casa de la profesora para comer o cenar -proseguía mi amigo- eran sencillamente pantagruélicas. En ninguna de las únicas tres a que asistió hubo nada que no fuera ofrecido a granel. Botanas y bebidas, pucheros y menudo, pastas, taquizas y discada, chicharrón y carnitas, bistec y costillas. Bendito sea Dios -expresó aquél- Las comilonas eran entre feria y kermes y desistió por ello -me confesó- de hacer el cálculo de lo que costaban.
La casa era otro asunto igualmente de fábula, o de cómo se dice nuevos ricos o sea noveau riches en francés. Si era Día de San Valentín o de Halloween, de Christmas o Thanksgiving day desde la entrada de la calle, traspasada la reja frente la escalinatilla de acceso al domicilio, el piso, alfombras, consolas, macetas, mesillas, sillones… todo estaba tachonado, regado con ornatos alusivos a la fecha. Jem. Jem. Jem… Naturalmente -carraspeó mi amigo- recibidor, sala y comedor eran, son estilo Luis XV. No podía ser de otra manera eh? Lo kitsch que como sinónimo de elegancia tapa y busca cubrir la mierda en torno, según nos dijo Brock y más acá Kundera recuerdas?
La cena navideña que ahí le tocó a Marlon -me dijo éste- fue desmedida, sin parangón. Desde el frente externo de la casa hasta el último rincón, la cantidad, el número de la juguetería navideña puesta en ella le parecieron los departamentos del caso. Unidos todos, de Macy’s, Fifth Avenue y Dillards volcados ahí. Por cierto. La buena señora -rememoró mi amigo notoriamente intrigado y con hartas interrogantes en su magín- iba y venía a y de San Antonio, Texas quincena tras quincena y en muchas ocasiones semana con semana. ¿Tú qué crees? ¿Cómo podía, cómo pudo una buena profe, de primaria, jubilada, viuda de un pequeño líder provinciano viajar dos y tres veces al mes a una ciudad tejana donde hasta una mísera Crispi Cream Dognut cuesta dólares?…