Hace poco más de una década escribí un artículo lamentando la salida de la figura del general Ignacio Zaragoza de los billetes de 500 pesos. Y, como lo aclaré entonces, no porque considerara menores los méritos de Frida Kahlo y Diego Rivera, pareja que lo sustituyó en el papel moneda aludido. Al contrario, soy admirador de su obra artística y me llena de orgullo cómo se les reconoce en el extranjero.
Cierto es que como coahuilense no fue de mi completo agrado que se anunciara la eliminación de la imagen del héroe de la Batalla de Puebla, coahuiltejano por nacimiento, justo en el mismo año que mi estado pudo corregir su nombre en el texto constitucional, para llamarse formalmente “Coahuila de Zaragoza”. Pero esa no fue la razón de fondo de mi inconformidad.
Mi malestar lo causan los cambios permanentes en el diseño de nuestros billetes y monedas. Como todo en la vida, y sobre todo en política y economía, la imagen es percepción. Una moneda que modifica permanentemente su fisionomía ofrece una impresión de inestabilidad y genera desconfianza.
El dólar, la moneda más sólida del mundo porta, desde el siglo antepasado, la efigie de George Washington, el primer presidente de Estados Unidos. Por supuesto que con el paso del tiempo se le han incorporado elementos de seguridad y se ha impreso en materiales de mejor calidad, pero la esencia de su diseño sigue siendo la misma. Lo mismo sucede con el resto de los billetes y monedas que circulan en nuestro vecino del norte.
Hace un par de años se volvió a cambiar radicalmente la imagen del billete de 500 pesos. Salieron Diego y Frida, llegando en su lugar el héroe de la Reforma, Benito Juárez. No es la primera vez que el Benemérito de la Patria aparece en nuestro papel moneda. Debutó hace unas cuatro décadas en el billete de 50 pesos, de aquellos, antes de quitarle los tres ceros al peso.
Ya en este siglo vuelve a hacer acto de aparición su adusto rostro en el billete de 20 pesos, mismo que aún se mantiene en circulación. Y eso es lo curioso. Aunque dicho instrumento de pago se retirará gradualmente para ser sustituido por una moneda del mismo valor recientemente lanzada, serán varios años de convivencia en el circulante nacional.
El color de ambos es el mismo, azul. Y aunque el tono tiene una ligera variante, el tamaño es diferente y el material cambió a uno más durable, el hecho de tener un color similar y el mismo personaje genera una innecesaria confusión.
Y aquí entra en juego nuevamente la percepción. La sustitución de un billete de baja denominación por uno de mayor podría interpretarse como una pérdida de poder adquisitivo generado por una alta inflación, situación que ya comienza a materializarse.
El caso del billete de 500 pesos no es el único. Todos han sufrido, y sufren, modificaciones constantes. Si queremos tener una economía fuerte y confiable, debemos comenzar por fortalecer la imagen de nuestra moneda. Como dice el dicho, para ser hay que parecer.