Lejos de atender los problemas del país, el gobierno de Peña Nieto tiene centrada su atención en la inminente visita del Papa Francisco el próximo 12 de febrero. Durante seis días su Santidad visitará cuatro estados de la República (Estado de México, Chiapas, Michoacán y Chihuahua) además del Distrito Federal. Ofrecerá cinco homilías, pronunciará un Ángelus y siete discursos genéricos.
Ojalá y el Papa aproveche algunos minutos para darle una limpia a Peña Nieto para quitarle las malas vibras y deje de fastidiar a los mexicanos con sus medidas económicas. Pero lo impopular y mediocre no es cosa de milagros. México necesita un líder, un estadista.
La verdad es que Peña Nieto inició su mandato con el pie izquierdo. Ya van los primeros dos meses de la segunda mitad de su mandato presidencial y al parecer las cosas seguirán de mal en peor. Pese a la recaptura del Chapo Guzmán los bonos de Peña Nieto se siguen manteniendo a la baja. Peña Nieto espera que el Papa Francisco le haga un milagro para enderezar su gobierno.
Lo cierto es que con todo y la bendición papal Peña Nieto pasará a la historia no por sus actos de gobierno, sino por su impopularidad y los escándalos en su entorno familiar y en su primer círculo de gobierno.
Desde que la institución presidencial fue consagrada en México a la fecha sólo dos presidentes se mantienen en la memoria de los mexicanos: Benito Juárez y Lázaro Cárdenas.
El escritor y pensador mexicano Alfonso Reyes intentó y lo logró, fraguar una síntesis de nuestro pasado en un precioso ensayo titulado México en una nuez, un texto que los jóvenes de ahora y quienes representan el futuro del país deberían de leer. Un libro que puso en mis manos el escritor e historiador Don José E. Iturriaga.
A lo largo de su historia nuestro país ha experimentado severas crisis de gobernabilidad y estabilidad. Basta citar que entre 1921 y 1876 se registraron 66 cambios de gobierno: uno en promedio cada diez meses.
Con el surgimiento del presidencialismo a partir de Emilio Portes Gil y ya surgida la etapa de la institucionalización del poder los presidentes salientes entregaron en paz el poder a su respectivo sucesor. Cabe subrayar que Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, los tres juntos gobernaron sólo seis años
Desde entonces a la fecha doce jefes de Estado terminaron su mandato sexenal: Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, de la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox y Calderón.
Cómo acabará EPN, no lo sabemos. Con Peña Nieto el país vive una nueva etapa. Claro que hay más rezago en más de un aspecto y también más corrupción. Lo lamentable es que ahora es más cínico: de arriba para abajo. Lo que debe entender el presidente Peña Nieto es que no se puede jugar el papel de aprendiz de brujo y desatar fuerzas que no se puedan controlar después.
La impopularidad del Presidente es llamado de atención. La percepción de la gente es que tenemos un gobierno muy corrupto. De ahí la enorme y creciente irritación social.
El presidente Peña Nieto es impopular. Su nivel de aprobación es el más bajo si se considera el periodo 1994-2015. Según la casa encuestadora Mitofsky, solo uno de cada tres mexicanos 33% le concede un voto aprobatorio. En una de sus últimas encuestas el diario Reforma dio a conocer que los ciudadanos entrevistados le conceden 39% de aprobación, en tanto que en la muestra de líderes, la cifra alcanza 21% 1/XII/15. Zedillo, Fox y Calderón no conocieron, pese a muchas circunstancias adversas que enfrentaron, la impopularidad de la que goza el actual jefe del Ejecutivo.
Peña tiene tres años para cambiar la ruta de la nación. La primera mitad demostró que enaltecer la figura presidencial no resuelve los múltiples problemas del país ni convence favorablemente a un amplio sector de la ciudadanía. Se invierten miles de millones de pesos en publicidad que son como echarlos al cesto de la basura.
Tampoco es una solución que el Presidente gobierne desde una Torre de Babel. Desde las alturas, su contacto con la ciudadanía es, en el mejor de los casos, escaso. Se divorció de la gente. Incluso cuando encabeza reuniones numerosas. Éstas tienen tal blindaje que solo se le ve desde lejos: arenga con palabras que se lleva el viento.
Si el Presidente quiere tener un mayor nivel de aceptación, es necesario impulsar el cambio y asumir el error, cualquiera que éste sea. No hacerlo, lo hará pasar como un Presidente impopular y mediocre.