Plaga de chivos y focas

Hay quien dice que, en una organización o jerarquía saludable y funcional, la responsabilidad por los errores debe fluir de abajo hacia arriba, mientras que en una jerarquía u organización corrupta y disfuncional la culpabilidad por las fallas de esta fluye en el sentido inverso, de arriba para abajo.

Es de ahí, tal vez, donde la interpretación religiosa de chivo expiatorio (scapegoat, en inglés) se aplica en la política y el servicio público o bien en la burocracia corporativa; el chivo expiatorio es aquella persona acusada y encontrada, de manera expedita, culpable por las fallas o los errores de alguien más, aquella que carga con la culpa de otros, es sacrificada por los demás, en este caso por los superiores que no tendrán que responder por sus errores y malos juicios. Supongo que a todos nos parece una historia común de lo que se vive y se ha vivido en México por décadas. Rara vez los de arriba acaban por cargar con las consecuencias de sus errores. Ahí está el reciente ejemplo del accidente en el IMSS de Quintana Roo en el que una niña de 6 años perdió la vida cuando un elevador falló. La inercia, el acto reflejo de la “autoridad” en cuestión fue esposar inmediatamente al enfermero, que también resultó herido. Lo detuvieron por “su probable participación en el delito de homicidio culposo” (no es broma); su error fue haber sido asignado para trasladar a la niña de un piso a otro, usando un elevador que resultó no había tenido el mantenimiento adecuado y del que él no era responsable. No pude encontrar más detalles de la suerte que corrió el enfermero (Víctor) y si eventualmente lo soltaron y decidieron enfocar las “investigaciones” anunciadas por el director del IMSS en otras causas raíz y no en el hecho de que el enfermero la subió al elevador. Los casos son frecuentes, suceden a lo largo y ancho de la burocracia en todos niveles y en los tres poderes. Entre más abajo estés en la jerarquía, más riesgo corres de ser el chivo expiatorio de la semana. 

Me topé recientemente con un tuit de @G_S_Bhogal en el que hace referencia a un “síndrome de Howard Hughes” que describe como el síndrome en el que “todo mundo le miente a la persona que tiene el poder, algunos para ganar algún favor, otros para no ser castigados. El resultado es que la persona que dirige a la organización (empresa, gobierno, secretaría, país) consume cumplidos y realidades artificialmente positivas sobre lo que él hace o dirige y acaba por tener una visión muy distorsionada de cómo son realmente las cosas. Así, la persona al mando no aceptará nada que no sean halagos y comentarios favorables”. ¿Quién en estos días se atreve a decirle “las netas” al poderoso? ¿Cómo alguien con una responsabilidad tan grande como la de manejar un municipio, un estado, una empresa, una secretaría o, peor aún, un país, es capaz de deshacerse de aquellos colaboradores, inicialmente seleccionados por su capacidad, que se atreven a cuestionar la visión de las cosas y la infalibilidad del jefe? El destino de un proyecto empieza a tomar forma conforme el jefe queda rodeado de porristas dispuestos a todo para evitar que el jefe se vea mal. Esos porristas que son capaces de afirmar con autoridad que lo que alguien dijo “no es falso, pero tampoco verdadero”, con tal de defender al jefe, o imitar el acento tabasqueño siendo chilangas.

Seguimos sumidos en décadas de candidatos que parecen entender bien la realidad del país que pretenden administrar, su diagnóstico es realista, pero conforme sienten que pueden acabar tomando posesión se les empieza a nublar la vista, se marean y su brújula queda magnetizada por las distorsiones de la realidad que ellos mismos se imponen (los otros datos, las verdades históricas) y que son reforzadas constantemente por sus subalternos. Así, se construyen gradualmente rebaños inagotables de chivos dispuestos a ser sacrificados para expiar las culpas del de arriba y se cultivan manadas de focas listas para aplaudir lo que debiera ser inaplaudible. Es el esquema ponzi de la burocracia; para sostener la pirámide es necesario tener carne de cañón abajo, muchos chivos y muchas focas.

Se desperdician los sexenios tratando de justificar la ineptitud. Acabamos con gobierno tras gobierno que, como perro juguetón, persigue su propia cola sin darse cuenta hasta que es muy tarde; limitado por una realidad distorsionada y por la gradual reducción en el talento promedio de la organización conforme los capaces con opinión son reemplazados por aduladores oportunistas, generalmente sin talentos o capacidad deslumbrante, dispuestos a aplaudir. Por eso, a cinco años de un gobierno más en el que el líder pierde contacto con la realidad, es oportuno animarse a decirle a quienes aspiran a tomar la silla el próximo año cómo son las cosas. Que para tener resultados drásticamente distintos es necesario -y urgente- implementar políticas distintas rodeados de elementos distintos.

Los incondicionales, los de siempre, los que solo saben aplaudir, seguramente tienen cabida, pero no pueden monopolizar la conducción de la política oficial si a lo que se aspira es a algo más que seguir nadando de muertito por treinta años más. Algún día (espero) escasearán focas y chivos y sólo quedará el juicio del espejo.

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