…ESTÁN MATANDO SACERDOTES EN MÉXICO, EN LOS ÚLTIMOS DÍAS. Es este un síntoma inequívoco de la intolerancia y la rabia. Es un foco rojo de la degradación social (religiosa y política). Veracruz sigue distinguiéndose por muertes dudosas de periodistas y ahora de sacerdotes (¿por decir verdades incómodas?), pero no es el único sitio ensangrentado, en nuestra luctuosa geografía nacional.
¿Algo pasa a la Iglesia (a las iglesias), o algo nos sucede a la sociedad en nuestro choque frontal contra la política, que se supone es nuestra representatividad? Pero (y siempre hay uno), la política es algo bueno per se, no así los políticos; porque unos se aferran al dogma de fe (a la ética y a la moral, los menos de ellos, tristemente lo digo) y otros muchos se abalanzan por el botín, su única motivación, y por este, “quitan escollos del camino”.
La iglesia católica como otras, se ha enredado en diferendos y agravios, con la sociedad moderna a la que sirve “o debe servir”, por el amor de Dios a sus hijos en la tierra (razón espiritual, que le da sentido).
Pero a más de sentirse en deuda con la sociedad y con su feligresía en particular (debiendo actuar en consecuencia), la Iglesia Católica tiene horizontes que seguir. Su labor por la defensa de la Familia, por ejemplo, es una actividad toral, una circunstancia fundamental, porque fundamental es La Familia como base de la Iglesia, y cuál base de la misma sociedad (entiéndase iglesia como la comunidad social que vive creyendo y actuando en consecuencia con sus principios y valores, no la estructura monolítica que se erigió para adorar santos).
Los sacerdotes modernos, en los pueblos o en a las ciudades en México, se debaten entre sus defectos humanos y de ellos, sus agravios sociales; y por el otro lado, su defensa de los avasallamientos a la niñez, a La Familia, a la mujer, a los gobernados, a los indígenas y a los migrantes (sometidos por sus autoridades, a las que ellos eligieron para representarlos y servirlos). ¿Cómo entonces un sacerdote puede enfrentar reclamos por las fallas graves y ominosas de la Iglesia y al tiempo, ser juez de tanta atrocidad desde el gobierno, desde las empresas, desde el comercio insaciable?
“Una cosa es una cosa y otra, otra…”. Es esta una máxima popular que bien pudo acuñar la Chimoltrufia (filosofa de los cómics y las tristemente efímeras comedias mexicanas; y es que ya murió Cantinflas). Pero entraña, que se puede transitar y hasta discurrir entre dos variables muy distintas, y ser ellas incluso, objetivos alcanzables (juzgar a los ministros que cometen crímenes, y juzgar (desde la Iglesia) a políticos y empresarios, a delincuentes y criminales, que agravian a la sociedad y son protegidos desde el poder.
La muerte como solución viable ante los escollos del camino, es una inequívoca señal de que cada nación tiene su Sodoma y Gomorra, y que cada nación se degrada de la forma que más le duele, porque es a la que más se le parece.
Que en México se generalice el asesinato como forma de arreglar diferencias, es un enorme síntoma de la destrucción social. Empezaron con los ajustes de cuentas entre criminales, luego siguieron con los políticos y autoridades policiacas y judiciales, luego callaron a periodistas (o lo intentaron); importantes empresarios fueron asesinados en el pasado reciente. Y los normalistas (guerrilleros o no, movidos o no).
Hoy son los sacerdotes los acribillados. ¿Mañana quién?
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