Cuánto hubiera deseado Morena que, al finalizar las precampañas, el PRI se ubicara en el segundo lugar de las preferencias porque, tras el desastroso gobierno de Peña Nieto y el creciente antipriismo, la victoria de AMLO estaba asegurada.
Pero el PRI y su candidato se hunden mientras el Frente y Ricardo Anaya crecen de manera constante. En Morena comienzan a sentirse alcanzados y se les ve la preocupación. No hay otra razón para la guerra sucia desatada de manera virulenta contra Ricardo Anaya; guerra, por cierto, a la que se ha sumado el PRI desesperado ante la que será la derrota más estruendosa de su historia.
Con el PRI fuera de combate la elección se torna, entonces, en una decisión por el tipo de cambio y allí los de Morena tienen todas las de perder. Una franja importante de mexicanos que hubiera votado por López Obrador con tal de sacar al PRI de Los Pinos, siente dudas sobre el destino al que conducirán las decisiones del político tabasqueño.
Tienen razón, baste alzar la vista un poco para corroborar cómo les ha ido a los países que han puesto en práctica ideas como las que AMLO quiere para México. En contraste, al enterarse de las propuestas del Frente, cada vez más mexicanos experimentan la confianza del cambio que conduce a buen puerto, surgidas del consenso entre fuerzas políticas que convergen en el que será el primer gobierno de coalición en el país, formado por partidos políticos que han encontrado como punto común, esencial para gobernar: amor por México.
López Obrador ha perseguido obsesivamente el poder para alimentar su ego de mesías salvador y purificador. En su desesperación por verse topado y con crecimiento nulo en las encuestas, le ha dado por aceptar a cuanto corrupto huye del tricolor, transformándose la Morena, como dicen por ahí, en una PRI-eta.
La coalición Al Frente por México busca llegar a la Presidencia para que México crezca; para que en verdad se combata la pobreza y la desigualdad; para que realmente haya educación, mejores empleos y condiciones para la prosperidad. Por eso el temor a Anaya, porque él sí representa un cambio profundo, que desmonta el presidencialismo y otorga a la ciudadanía el lugar relevante que merece en el desarrollo de la nación.
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