¿Quién dijo que es tarde?

El anuncio laboral era claro: “Requiero personal operario con experiencia en la manufactura por lo menos de 10 años, sin problemas de turnos, acostumbrado a laborar bajo presión, edad de 18 a 40 años, interesados presentarse en….”

Las personas de 40 y más años se han convertido en un grupo de la población que es excluido del sector laboral en razón única a su edad. Los tiempos han cambiado dicen, también las reglas precisas del mínimo sentido común que dicta que a mayor edad, mayor experiencia y menor inversión.

El campo de la productividad fabril invierte un promedio de 270 dólares en entrenar a un novato durante un mes, además del costo del reclutamiento de aproximadamente 56 dólares, esto sin la oferta de bonos de contratación y de retención, ya tan común en la mayoría de las ofertas laborales en las zonas de mayor confluencia industrial.

Sin embargo los esfuerzos están encaminados a captar trabajadores de entre 18 a 25 años con la idea de la rapidez en la motricidad y la reducción de enfermedades que surgen con la edad, que pudieran afectar la productividad necesaria para las compañías, que no pueden detener los pedidos de sus clientes a riesgo de perderlos.

De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el desempleo en nuestro país afecta a 469 mil 629 personas de 40 y más años. Y según el estudio gran parte de las empresas optan por contratar a personas jóvenes.

La principal razón del rechazo parte de una cuestión generacional basada en los constantes cambios en los sistemas productivos a las que los jóvenes, según el paradigma, tienen mayor capacidad de adaptación a diferencia de las personas de mayor edad que tendrían mayor “oposición” a los constantes avances tecnológicos.

Hace veintiséis años, en mi primera incursión en la industria llegaron a la compañía donde laboraba en la frontera las primeras PC de la marca IBM, armatostes blancos con un gran gabinete que solamente contenía 3 programas: Lotus 123, Harvard Grafhics y Word Text. Los ojos saltones de un compañero de trabajo, se hicieron más evidentes cuando le notificaron que de ahora en adelante su reporte de piezas debería hacerse en Lotus, duro días en schok existencial, pero al tiempo rompió el paradigma y se le encontraba muy sonriente con su nueva amiga la compu y sus atávicos giros.

Las cifras oficiales indican que de un millón 858 mil desempleados registrados hasta el segundo trimestre, del 2018, 242 mil 691 tienen entre 40 y 49 años de edad, 168 mil 782 mexicanos se ubican en el rubro que comprende de los 50 a 59, mientras que 58 mil 156 corresponden al grupo de 60 y más años de edad.

Esto significa que una cuarta parte de las personas desempleadas en México tienen 40 o más años de edad, factor que los hace propensos a permanecer sin una fuente de ingresos debido a que la mayor parte de las empresas optan por talento joven.

Diversas consultoras hacen referencia a que las personas en el supuesto tienen la opción de dedicarse a otras actividades que “despertaran” algún genio dormido, sin embargo los casos son mínimos entre los triunfadores del desempleo y existen miles de personas deambulando en el subempleo o la informalidad con motivo de su edad.

¿Y si como reclutadores diéramos un giro a esa estrategia fallida de reclutar a la inmadurez por la madurez?, tan solo por la sentencia de que una vez tambien llegaremos a la edad de las experiencias y las vivencias.

Saramago alega en su poemario:” ¿Que cuántos años tengo? – ¡Qué importa eso! / ¡Tengo la edad que quiero y siento!/La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso. /Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido/Pues tengo la experiencia de los años vividos y la fuerza de la convicción de mis deseos.”

La dinámica de los tiempos pierde pisada en esta ecuación definida, porque otrora que la riqueza estaba en los años acumulados convertidos en madurez, da paso a los menos días y el riesgo que implica el ensayo y error. ¡Bendita juventud, inmaculada edad madura! Sería el grito y la consigna.

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