Es periodo de precampañas. Por disposición legal está prohibido dirigir mensajes fuera de la militancia y realizar propuestas, pero no todos cumplen. Por ejemplo, hay quien ya comprometió garantizar un precio de la tonelada de maíz al doble de lo que actualmente paga el mercado por ella. Veamos las consecuencias de esa medida en nuestra economía.
Primero, no olvidemos que el precio del maíz lo determina el mercado internacional. Si el gobierno quiere obligar a un comprador local a pagar más por el grano, pues éste mejor lo importa, y listo. ¿Qué pasaría? Las bodegas de los productores estarían a reventar de maíz, y, eventualmente, tendrían que rematarlo.
Y si además se prohibiera su importación, el efecto sería más devastador ya que el maíz es indispensable en la dieta de las familias mexicanas y se emplea, también, para alimentar ganado vacuno y aves de corral. Pero al duplicar su costo, automáticamente la tortilla, la carne, el pollo y el huevo costarían el doble, generando una ola inflacionaria que golpearía brutalmente los bolsillos de los mexicanos.
Ahora bien, si ese eventual y ficticio gobierno decidiera subsidiar el diferencial prometido, las consecuencias serían igualmente desastrosas, pues habría que disponer de más que el presupuesto total de la Sagarpa. Es decir, ¡un solo año, un solo cultivo y una sola política absorberían todo el presupuesto para el campo!
Pero para no desatender de manera tan drástica al agro mexicano tendrían que pensar en otras alternativas. Y no son muchas: subir impuestos o endeudarnos más…
¡Y eso no es lo peor! Seducidos por los márgenes irreales de utilidad del maíz, ¿cuántos agricultores no dejarían de sembrar trigo, frijol o soya, incluso frutas y legumbres? Obvio que al escasear estos bienes aumentarían sus precios y los de sus productos derivados, afectando a la población en general.
El esquema propuesto, a todas luces inviable e insostenible, podrá generar taquilla electoral, pero no resiste el mínimo análisis económico. En algunos casos la reconversión de cultivos requiere inversiones muy fuertes en infraestructura, lo que acentuaría la tragedia de quienes se dejaran llevar por el canto de las sirenas.
El experimento ha probado ya su ineficacia en las épocas del populismo a ultranza. Cada vez que el gobierno pretende intervenir controlando precios, acaba en desastre. La distorsión de mercados siempre nos aleja del óptimo.
Lo que realmente necesitan nuestros productores es crédito, agricultura por contrato, coberturas de precios, seguros, apoyos para la tecnificación e incremento a la productividad, no quimeras irresponsables que sólo nos conducirían al precipicio.