“A Issa, que aguantó mi encierro”.
Sesenta y un dias de reclusorio ameno finalizaron con el arribo de este mes intermedio que nos hacen reflexionar sobre la vida, el tiempo, los valores y las circunstancias en que estamos envueltos que parecería que dejamos pasar de largo cuando en el pasado nos encaminábamos hacia la responsabilidad laboral con la prisa de la entrega del reporte, el inicio de la junta o sabrá dios cuantas peripecias y variables que nos condena el trabajo, única actividad que nació de un castigo divino.
La jornada en casa fue igual de agotadora ya que las juntas no cesaron y al parecer esta nueva fórmula de trabajar y tan antigua, está generando la idea en las empresas de solventar una parte de la labor en el hogar y otra en la oficina.
Recuerdo mi infancia acompañando a mi abuela Doña Lupe a Ramos Arizpe, su tierra natal, para visitar a sus parientes las Ayala en cuyo zaguán aglutinaban los cartones de empaque del sulfato de magnesio, sal de higuera o de epsom, que fabricaba Química y Farmacia bajo el nombre de Magzokon (Purga de caballo mejor dicho) y cuyo empaque era confeccionado en varios domicilios del poblado a través del esquema del trabajo a domicilio. A la entrega de los triángulos de la purga del demonio venia la paga puntual. Tema aparte fue el temor despertado a comentarle a mi abuela que me dolía la garganta y la cabeza. –Estas constipado- decía la sabia mujer y de pronto se aparecía con el Magzokon diluido en medio Barrilito de limón y de ese momento hasta por la noche mi habitación era el sanitario y Santo Remedio.
Ya como profesionista de los Recursos Humanos en Monterrey por allá del dos mil siete, en mi casa de trabajo se presentó la modalidad de la labor desde casa para algunos diseñadores, por lo que tuve que adentrarme en el esquema ya que implica diversas modificaciones no solo contractuales, sino también la adecuación en casa de insumos de informática y la designación de una área específica para trabajar, amén de un sistema que mida el tiempo invertido en la jornada. Un suceso único en mi carrera fue lo que le aconteció a una diseñadora que combinaba su asistencia a una junta virtual con la preparación de alimentos. Sufriendo una lesión cuando de la sartén con aceite hirviendo introdujo un alimento húmedo y con el chispazo la quemadura en brazos y cara. ¿Accidente de Trabajo? De acuerdo a nuestro criterio no lo era, sin embargo quien al fin de cuentas califica es el IMSS y ahí te ves en la cobertura de los costos de una incapacidad de esa magnitud.
Pero aparte de nuevas modalidades de laborar, este confinamiento nos genera un respeto hacia nuestra persona y hacia nuestros semejantes. Mayor cortesía al tener la necesidad de hacer fila para todo; Ser pacientes y entender que en los supermercados no solamente basta con escoger los insumos, hay que pasarlos por las bandas transportadoras y posteriormente acomodarlos en las bolsas o redes en un proceso tardado por nuestra inexperiencia y modorra; Entender que no queda otra que ejercitarse en casa; Que los programas de la tele abierta por la mañana son bobos y superfluos y que no hay opciones de una comunicación cultural, inteligente vamos.¿ Mereceremos este castigo de contenidos?. Que por la tarde para acabar están las novelas y los refritos; Entenderemos el valor del cine y su aventura de palomitas; Del paseo dominical al menos a las plazas comerciales; Del valor de la convivencia con amigos y familiares atraves de la magia del asador y una cerveza bien fría; Del secreto ancestral de proveer para lo incierto como esta pinche epidemia que vino a estamparnos en la cara no solo nuestra fragilidad, sino lo endebles y asustadizos que somos cuando no tenemos temor de dios.
El regreso es enmascarados, cubriéndonos el rostro como delincuentes, sobre sabrá que artes de fechorías menores o mayores para enfrentar al virus difunto; Todos oliendo a alcohol o cloro; marcando nuestra distancia a través de mamparas, jugando a la traes y no me la pegas, midiendo el afecto a través de codazos o tapándonos al estornudar, vaya tiempos, en esta la peor de las crisis.
En el maestro Benedetti, encuentro el consuelo: “Cuando la tormenta pase/Y se amansen los caminos/y seamos sobrevivientes/de un naufragio colectivo. /Con el corazón lloroso/y el destino bendecido/nos sentiremos dichosos/tan sólo por estar vivos./Y le daremos un abrazo/al primer desconocido/ y alabaremos la suerte/de conservar un amigo./Y entonces recordaremos/todo aquello que perdimos/y de una vez aprenderemos/todo lo que no aprendimos./Y todo será un milagro/Y todo será un legado/Y se respetará la vida,/la vida que hemos ganado./Cuando la tormenta pase/te pido Dios, apenado,/que nos devuelvas mejores,/como nos habías soñado.”.