Estoy mirando una señal de advertencia dentro de un laboratorio en Londres: “No toques el máser”, dice.
Está unida a una caja negra grande, sobre ruedas, montada en una carcasa protectora de acero.
Resulta que es una caja bastante importante, y el letrero está ahí por una razón. No es algo peligroso, pero si tuviera que manipular el dispositivo, podría interrumpir el conteo del tiempo.
Este es uno de los pocos dispositivos de su tipo que se encuentran en el Laboratorio Nacional de Física (NPL, en inglés) en el suroeste de Londres, que ayuda a garantizar que el mundo tenga un conteo preciso de segundos, minutos y horas.
Se llaman máseres de hidrógeno y son relojes atómicos extremadamente importantes. Junto con otros 400, ubicados en todo el mundo, ayudan al planeta a definir qué hora es con una precisión de nanosegundos.
Sin estos relojes, y las personas, la tecnología y los procedimientos que los rodean, el mundo moderno se hundiría lentamente en el caos. Para muchas industrias y tecnologías de las que dependemos, desde la navegación por satélite hasta los teléfonos móviles, el tiempo es un suministro.
Pero ¿cómo llegamos a este sistema compartido de cronometraje en primer lugar? ¿Cómo se mantiene preciso y cómo podría evolucionar en el futuro?
Las respuestas implican mirar más allá del reloj para explorar qué hora es en realidad. El tiempo es más una construcción humana de lo que parece a primera vista.
Un conteo moderno
No siempre fue el caso que todos en el mundo mantuvieran la misma hora. Durante siglos, fue imposible, y el tiempo solo podía ser definido localmente por el reloj más cercano.
En un lugar era mediodía, pero en las cercanías eran las 12:15. Tan recientemente como en la década de 1800, EE.UU. operaba con cientos de estándares de tiempo diferentes, definidos por las ciudades y los administradores de ferrocarriles locales.
Parte de la razón era que no había una forma factible de sincronizar todos los relojes de un país, y mucho menos de todo el mundo.
Durante gran parte de la historia humana, esto no importó: las personas trabajaban cuando lo necesitaban, no viajaban muy lejos y, si querían saber la hora, podían averiguarlo consultando un reloj de sol cercano o uno de la ciudad, o escuchando las campanadas de la iglesia.
Sin embargo, a medida que despegaba la era industrial, quedó claro que las cosas tenían que cambiar. En algunos casos, resultó en algo mortal. Por ejemplo, en Nueva Inglaterra (EE.UU.) a mediados del siglo XIX, dos trenes chocaron de frente, matando a 14 personas, porque uno de los conductores estaba usando un “feo reloj prestado” que no estaba sincronizado con el de su colega.
Para operar de manera efectiva, las economías en crecimiento necesitaban un mejor sentido compartido de la hora precisa: para que las fábricas pudieran emplear trabajadores en las mismas horas, los trenes pudieran salir y llegar a una hora convenida, o que los banqueros pudieran marcar la hora de las transacciones financieras.
Como señaló una vez el historiador Lewis Mumford, fue el reloj, no la máquina de vapor, lo más importante de la Revolución Industrial.
Las máquinas de vapor impulsaron las fábricas y el transporte, pero no pudieron sincronizar a a las personas y sus actividades.
Durante un tiempo, el principal intermediario de este nuevo tiempo compartido fue el observatorio de Greenwich, en Londres. Los relojes mecánicos avanzados que se había allí mostraban la hora “verdadera”: la hora del meridiano de Greenwich (GMT).
En 1833, los cronometradores agregaron una pelota a un mástil en el observatorio de Greenwich. Caería a las 13:00 todos los días, para que los comerciantes, las fábricas y los bancos pudieran reajustar los relojes que lo necesitaran.
Unos años más tarde, la hora GMT se distribuyó por telegrama por todo el país como la “hora ferroviaria”, lo que aseguró que toda la red de trenes de Reino Unido estuviera sincronizada. En la década de 1880, la señal horaria de Greenwich se envió a través del Atlántico por un cable submarino hasta Harvard, Massachusetts.
Y en la Conferencia Internacional de Meridianos en Washington DC, más de 25 países decidieron que la GMT debería convertirse en el estándar de tiempo internacional.
BBC