Los recuerdos surgen, en ese empañamiento de la memoria, entre el breve recorrido por entre las nostalgias y los sentimientos.
Bendita memoria de la infancia que nos retorna a la manera más sencilla de ver las cosas y de procurarnos como vecinos, amigos y paisanos.
Tiempos distantes de una Ciudad que aún olía a pueblo, aun a calles interminables sin pavimento y arroyos de cristalinas aguas, que atravesaban la comunidad y la partían.
Maneras de gozar la vida con la sencillez que da lo cotidiano y el saludo del vecino.
Recuerdos de un pasado tiempo que ya no se sabe si fue de más o de menos, pero que en su transcurrir fue forjando la voluntad y el temple con quienes convivimos y más aún proyectamos nuestro futuro, aún con la nula certidumbre, que al fin de cuentas fue cediendo paso a lo que la vida fue forjando o repartiendo.
El proceso por el cual nos hacemos de amigos es uno difícil de narrar y mucho más aún de describir, pero fue cierto y preciso, fuerte y conforme voluntad y sinceridad.
La vieja fórmula de aplicar lo sencillo y excluir lo preferente, dejar a un lado el interés y cambiarlo por lo cotidiano y lo común de las circunstancias que la vida nos iba dejando a cada paso o juego, fue la regla de la amistad que nos forjábamos al igual que el acero.
Recordar en el ejercicio de la añoranza de diversos tiempos en los que aún se enseñaba que el agua era un recurso renovable y que no importaba cuánta basura tirábamos al fin de cuentas los basureros eran interminable y los pepenadores unos expertos.
Que desafiante la aventura de recorrer las vecinas sierras que coronaban el hermoso y limpio valle de mi pueblo, echarnos “al rondar” como la vieja canción y así el puñado de amigos escalar sin más equipo que nuestra energía y sin más emoción que nuestras comunes cosas, para llegar al sito y a pelo de tierra dormir al lado de una fogata que a eso de las 2 de la mañana era un montón de brasas.
El despertar con el olor a olla quemada y el humeante café que alguno de nosotros preparaba y planear el día sin más brújula que la del entusiasmo y sin más plan que el de la diversión.
No lograré con esto ser adolescente de nuevo, lo sé. Pero al menos lo intento y entonces la raza del six no me dejará mentir y tal vez la oportunidad de serlo de nuevo a la edad que ya nos cuelga, nos lo permita.
Tratar de aclarar nuestros sueños y maneras, nuestras inquietudes que serían muchas pero bastantes serenas, no es la intentona de lo que describiría al grupo y su ambiente.
La memoria del tiempo y sus razones nos llevarían después de mucho andar a formar parte de otras historias más permanentes, pero con la común vivencia de la remembranza que hoy halago y permuto por fáciles tres horas de charla.
Entonces los recuerdos sospecho que moran en el corazón y el entendimiento, en el aroma, la secuencia de las cosas, en un desordenado cuarto de los tiliches, de las luces y las sombras.
El recuerdo es también esperanza y solución, en el mundo en que la memoria es la noche de la conciencia y el presente es la única realidad posible.
Precisamente en esa noche de la conciencia escribe Borges el cierto:” Qué no daría yo por la memoria
De una calle de tierra con tapias bajas/y de un alto jinete llenando el alba (largo y raído el poncho)/.
En uno de los días de la llanura, en un día sin fecha. /Qué no daría yo por la memoria de mi madre mirando la mañana en la estancia de Santa Irene, /sin saber que su nombre iba a ser Borges.”
Evoco la remembranza y la envió al foro de la discusión a través de la palabra escrita y de la memoria que en usted lector, evocarán sus días y sus andares en la época que quedó atrás pero que solo lo hizo en el tiempo.
De repente no sabría decirles a ciencia cierta si los recuerdos existen o me fueron implantados y ahora resulta que mi pasado no es aún y que podría volver a vivirlo, pero eso solo es un sueño.