El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, ha presentado su renuncia. Su salida culmina un largo proceso de desencanto que arrancó al día siguiente a la investidura, cuando el presidente Donald Trump insultó en privado a Spicer por lo que consideró su mala imagen. Desde entonces, las relaciones entre el portavoz y el mandatario republicano habían sido tormentosas, hasta el punto de que Trump no había ocultado su distancia e incluso llegó a comentar que sólo lo mantenía en el puesto por “sus altos índices de audiencia”.
Spicer nunca protestó en público. Pero el cortocircuito era evidente. Desde hace dos meses, las tradicionales comparecencias públicas del portavoz se habían reducido hasta el punto de desaparecer de la pantalla semanas enteras. Los fallos cometidos por Spicer, quien llegó asegurar que Hitler no usó armas químicas, jugaron en su contra. Ya el primer día se estrenó acusando a los medios críticos de haber mentido sobre la cifra de participantes en la investidura. De nada sirvieron las pruebas fotográficas que demostraban que había sido un acto con menos participación que su antecesor. Spicer siguió adelante con su cruzada y sus apariciones se volvieron un espectáculo taurino. No soportaba verse contradicho ni tampoco tenía cintura para contestar a los espinosas cuestiones que el presidente y su familia suscitaban a diario. A Jim Acosta de la CNN le espetó “tienes cero inteligencia” y a una periodista de ABC le recomendó que se comprara un diccionario.
Tenso, autoritario e incapaz de suscitar empatía, la distancia con los medios se fue agigantando a medida que pasaban los días. En este alejamiento participó activamente su patrón. Y no sólo por la adicción de Trump a los índices de audiencia y a la iconografía televisiva. Más de una vez, el presidente dejó a sus portavoces en evidencia. Acostumbrado a navegar solo y cambiar de rumbo cuando lo considera oportuno, el republicano ha pulverizado en cuestión de horas argumentarios largamente preparados por la Casa Blanca.
Así ocurrió al día siguiente de la explosiva destitución del director del FBI, James Comey. El despido fue presentado por la Casa Blanca como una consecuencia directa de su errática actuación en el caso de los correos electrónicos de Hillary Clinton. Nada más hacerse pública esta versión, Trump rompió con lo dicho y admitió en una televisión que lo había echado por “esa cosa rusa”.
La tensión estalló este viernes cuando el presidente decidió nombrar como director de comunicaciones de la Casa Blanca a Anthony Scaramucci, un financiero de Nueva York muy activo en la campaña. Amigo del presidente, de su hijo mayor y de su yerno, Scaramucci se ha distinguido por defender al republicano ante las cámaras de televisión. Hace dos semanas logró una retractación publica de CNN por una información falsa. Esta rectificación vino acompañada por la dimisión de tres periodistas, entre ellos, la del jefe de investigación de la cadena.
Este éxito le hizo ganar puntos ante Trump, quien esta mañana le citó en la Casa Blanca para comunicarle su nombramiento. Spicer consideró la medida una descalificación personal y, dada su oposición al candidato, presentó la dimisión.
No está claro que Scaramucci vaya a ocupar el puesto de portavoz. La dirección de Comunicaciones es un cargo más orgánico y de perfil estratégico. Su último ocupante, Mike Dubke, que renunció a finales de mayo, apenas era conocido. Y su salida fue tomada en Washington como un asunto de segunda fila.
Con información de El País