Hace cinco años leí un artículo en donde señalaban a San Antonio de las Alazanas, como el mejor lugar del mundo para sobrevivir en el “Día del Juicio Final”; la lista incluía las regiones montañosas de España, las montañas de Turquía y Marruecos y a las zonas altas de Etiopía como los cinco mejores lugares de la Tierra que no serían afectados si ambos polos geográficos se derritiesen.
Supongamos por un momento que la información es correcta y la localidad coahuilense se convirtiese en la cuna para afrontar el desafío de continuar con la existencia de la raza humana. ¿Qué clase de gente poblaría el planeta? ¿Están Saltillo, Ramos Arizpe y Arteaga preparados para lo que significa esa responsabilidad? ¿Quedan en la región ciudadanos comprometidos con su comunidad? ¿Cuáles son los valores que estamos inculcando? ¿Están los jóvenes preparados para tal tarea?
Si nos remitimos a la clásica clasificación de las generaciones, tenemos a los nacidos entre los años 1901 y 1924 como “La vieja guardia”; de 1925 a 1942 a la generación silenciosa o promotora; a los “Baby boomers” que nacieron del año 43 al 60 del siglo pasado; la generación “X” de los años setenta y ochenta del Siglo XX; la generación “Y” o “Milenaria”, que la forman personas que nacieron en la última y primera décadas de los Siglos XX y XXI, respectivamente; y por último, las generaciones “Z” y “Touch”, quienes están actualmente en proceso de desarrollo. Puedo afirmar sin temor a equivocarme, que la actual generación es por mucho la que tiene menos conciencia social.
Sus interacciones sociales las hacen mediante medios virtuales. Aunque pueden organizarse en grandes comunidades con personas afines pero que no conocen mediante el uso de la tecnología, les cuesta trabajo relacionarse con la gente en forma personal. Sus actividades deben estar completamente estructuradas de antemano para que puedan funcionar, de lo contrario se aburren; son productos de una sociedad tecnológica y les cuesta trabajo adaptarse al mundo analógico. Las generaciones actuales ven en lo instantáneo algo normal, están acostumbrados a las respuestas inmediatas por lo que son más propensos a descuidar el ecosistema natural y social real. Su carencia más importante es la falta de conectividad.
De ninguna manera estoy en contra de la tecnología, es lógico que la adaptación es necesaria, no sólo a los cambios tecnológicos, sino también a los económicos y sociales; pero como personas que conocemos ambos mundos y notamos las ventajas de ambos desde una posición privilegiada, es también nuestra responsabilidad hacerles ver que existe un mundo que tiene consecuencias reales para organismos vivos; hacerles ver que el cerebro y la mente humana es más fuerte, más rápida y con mayor capacidad que cualquier aparato electrónico al que tengan acceso; que una “App” no sustituye a la capacidad natural de razonar los eventos y acontecimientos que suceden a nuestro alrededor; que así como no encuentran sentido en plantar un árbol para que les dé sombra, cuando pueden tener acceso a uno virtual al que no se le tiene que cuidar ni se le caen las hojas, así no le encuentran sentido cuando se refiere a cuidar las relaciones personales; llámese amigos, colegas, pareja o familia.
Nuestros jóvenes confían y creen en todo lo que la comunidad virtual ofrece, no cuestionan los orígenes de la información porque no la leen ni se preocupan por la veracidad de su fuente; están perdiendo la capacidad de procesar oraciones completas o grandes textos, su comunicación es, por darle un nombre, “minimalista” –les invito a que hagan esta prueba: pídanle a algún niño o adolescente alguna tarea que involucre varias instrucciones; por ejemplo, que vaya a la cocina de su casa y que del gabinete que esté debajo del segundo cajón a la derecha de la estufa, les traigan el plato que está junto a las copas de cristal, debajo del tazón para la sopa. Observen el resultado; lo más seguro es que lleguen a la cocina y empiecen a buscar, algún plato en todos los cajones. Si recuerdan la película “Los Goonies” (1985), se acordarán de la manera como se abría la puerta de la casa en donde vivían; hace poco la vi con mi familia, sobra decir que estaban maravillados. Si no la han visto o no la recuerdan, encuéntrenla. Se van a divertir y verán a lo que me refiero.
¿Recuerdan qué pasaba si llevaban ustedes a casa malas notas o un reporte de indisciplina? ¿Cuántas veces fueron sus padres a defenderlos a ustedes de la “injusticia” del maestro de escuela? ¿De cuántas situaciones salieron adelante por ustedes mismos, sin la ayuda de sus padres? ¿Cuántas de esas situaciones ni siquiera se enteraron sus padres? En todas y cada una de esas aventuras practicaron o adquirieron algo de valor; un conocimiento que les han servido hasta estos días. Para empezar, tuvieron la responsabilidad de arreglar y afrontar las consecuencias de sus actos; hubo cooperación, confianza y lealtad mutua con sus amigos; se valieron de los recursos que tuvieron a la mano, ya sean económicos, intelectuales o materiales; lo resolvieron con aplomo y discreción; crecieron como personas y aprendieron algo con su experiencia. La mayoría de nosotros sabemos, usar hilo y aguja para remendar algo, cocinar sin micro ondas, sabemos cómo cruzar una calle de manera segura, podemos atendernos un raspón o una cortadura; sabemos que el sol se pone por el oeste y que sale por el oriente; le hablamos con respeto a nuestros mayores y sabemos que no se usa el claxon frente a los hospitales y se apaga la radio del coche cuando pasa un cortejo fúnebre; podemos encender una vela cuando no hay luz eléctrica, afilar un cuchillo, encender fuego con una lupa, andar en bicicleta, utilizar una palanca, lavar nuestra ropa y bolear nuestros zapatos. Si no nos comíamos lo que había de cena, lo haríamos al desayuno; tomábamos agua de la llave y si parecía algo sucia, simplemente la hervíamos. ¿Recuerdan?
¿Qué es lo que hace que les neguemos a los jóvenes aquello que a nosotros nos hizo fuertes? Me dirán: “Son otros tiempos.” ¡Claro, que son otros tiempos! Es precisamente el tiempo al que no le damos la importancia adecuada; esa es la respuesta que sirve como excusa para evitar la responsabilidad de desarrollar a nuestros hijos. Imaginen el potencial que existe en los niños y jóvenes si les ayudamos a desarrollar ambos mundos; que así como son excelentes para el manejo de las redes sociales, tengan la creatividad para resolver situaciones reales.
Suponiendo que no nos toque ver el día del juicio final… ¿Están hoy contentos y satisfechos con ustedes mismos, sus hijos y con su comunidad? ¿Tienen tiempo?
TODO COMIENZA EN UNO
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