Los asuntos públicos debieran ser de relevancia para todos, incluso para los escépticos y los desinteresados, esos que aborrecen todo lo que huela a gobierno, detestan la política y creen que pase lo que pase, sus vidas no se alterarán. ¿Hasta dónde influye el gobierno en nuestras vidas? Veamos…
Hoy sonó temprano mi despertador, importado en virtud de un tratado comercial impulsado por la autoridad económica, y que pagó los impuestos correspondientes en la aduana, propuestos por la autoridad fiscal y aprobados por el Congreso. Después me metí a bañar con agua limpia proporcionada por la autoridad municipal y calentada con gas natural, disponible en casa gracias a la política energética del gobierno federal.
Para ver las noticias, encendí el televisor, producido por una planta que se instaló en México, confiando en nuestro estado de derecho. Funcionó gracias a la energía eléctrica suministrada por una empresa paraestatal, y gracias a la concesión del gobierno para poder sintonizar los canales, lo mismo que la estación de radio que escuché al subir al coche, el cual, por cierto, funciona gracias a la gasolina producida por otra empresa paraestatal.
Para llevar a mis hijos a la escuela a atender una agenda educativa dictada por la autoridad en la materia, manejé sobre calles trazadas y pavimentadas por las áreas de infraestructura de los gobiernos, los que también son responsables de instalar semáforos, alumbrado público y señales viales. Lo mismo de construir puentes, ferrocarriles y aeropuertos, de donde despegan aviones controlados por empleados de gobierno, para evitar accidentes.
Me detuve a comprar unas medicinas en la farmacia, con la confianza de consumir el producto porque fue autorizado por la autoridad sanitaria, y de que la transacción no será fraudulenta, porque cuenta con el respaldo de la autoridad comercial. Y pagué, por cierto, con dinero emitido por la autoridad monetaria.
Regresé a cenar a mi casa con mi esposa. Y sé que es mi casa porque así lo refiere la escritura asentada en un registro administrado por el gobierno, y sé que es mi esposa porque así lo consigna un acta matrimonial otorgada y validada también por una institución pública.
Al sentarme a la mesa recordé la perene presencia del gobierno en ella, al dictar la política agroalimentaria, y al garantizar la sanidad e inocuidad de los alimentos, tanto los producidos en México como los importados.
El gobierno está siempre presente en nuestras vidas. No podemos vivir ajenos e indiferentes a él. Debemos ver la relación esa relación como una saludable simbiosis de la que ambos salimos ganando y siempre hacer votos para que le vaya bien, porque si le va bien al gobierno, le va bien a México.