Seamos felices simplemente

A veces tengo la impresión de que los seres humanos solemos complicarnos la vida porque parece tan sencilla que pensamos que es demasiado bello para ser verdad y buscamos motivos y argumentos para salir de ese estado de bienestar y felicidad simple, en el que deberíamos vivirnos más allá de las circunstancias que nos rodean.

En al argot popular existe una frase que dice “buscarle tres pies al gato” o “chichis a las hormigas”, refiriéndose a descubrir algo que jamás habrá de encontrarse o, crear un problema donde no lo hay o, como dicen los jóvenes en actualidad, “estar alucinando”.

En el trabajo de consultorio descubro historias que para quienes las narran están llenas de verdad y las dan como un hecho, mismas que bajo la mirada del modelo racional-emotivo, resultan inverosímiles y es una labor muy interesante centrar al consultante hasta llevarlo a un golpe de realidad y que por sí mismo entienda que sus creencias estaban erradas.

Me refiero a las personas que sólo ven el negro en el arroz, el árbol torcido en medio del bosque, que pasan la vida llena de pensamientos negativos e incluso catastróficos, moviéndose muchas veces en su irrenunciable papel de víctima y que parece que vinieron a la vida a sufrir y lo digo con todo respeto a sus procesos y a sus circunstancias, porque esto no es exclusivo de quienes acuden a una terapia, sino de una sociedad que en general tiene usos y costumbres destructivos.

Por supuesto todo esto tiene ganancias secundarias como puedes ser lograr la atención de los demás y obtener en muchas ocasiones la satisfacción de sus demandas y exigencias hacia los otros.

Están también quienes renuncian a sí mismos y deciden pasar su estancia en este mundo tratando de agradar y complacer a los demás o a cuidar de ellos y que generan expectativas de reconocimiento que normalmente no son satisfechas.

Es el tipo de gente que cuando se ve decepcionada suele decir “tanto que hice por esa persona” o “yo con tanto amor que lo hice y ni las gracias me dio”, recibiendo un palmo de narices de respuesta: “nadie te lo pidió”.

En esta categoría existe un extremo que son aquellas que desarrollan dependencia emocional de otros y que pierden incluso la capacidad de tomar decisiones por sí mismas, buscando siempre la aprobación del prójimo, lo cual les genera una continua frustración porque nunca nada será suficiente para alcanzar el completo beneplácito de ellos.

Una clase con otras características son los que nunca están satisfechos consigo mismos y desarrollan el sentido de autoexigencia que puede manifestarse con o sin rasgos obsesivos compulsivos y que llevan en su interior también una necesidad de ser calificados como personas de excelencia.

Los hay también quienes quieren controlar todo por miedo a que las cosas no salgan como ellos desean o creyendo que, si ellos o ellas no lo hacen, nadie más podrá hacerlo y desarrollan una necesidad de ser necesitados, sin la cual se sienten vacíos o abandonados.

En esta condición incluimos a quienes en ese deseo de controlar se vuelven desconfiados, celosos, aprehensivos y otras características derivadas de su grande inseguridad.

Ni que decir de quienes se pasan sus días criticando a los demás, como dicen, viendo la paja en el ojo ajeno, ignorando la viga en el propio. Aquellos que jamás están de acuerdo con nada porque en su narcicismo, solo ellos tienen la razón.

Tenemos que mencionar sin duda a los que deciden instalarse en el dolor y guardar los resentimientos para siempre porque de esa manera justifican el sufrimiento que los aqueja y la salida a ellos en forma de adicciones, revanchismo o algún tipo de malestar sustentado en su victimización.

Por supuesto los hay quienes piensan que el valor de su vida lo da el valor del dinero y de las cosas materiales y pasan acumulando para pretender ser alguien, aunque en sus vidas haya infelicidad.

Por último, tan solo para este artículo que no pretende ser una tesis académica o de investigación y tampoco seguramente abarca todas las especies en referencia, cito a la gente que convierte su vida entera en rescatar de los demás como buscando ser el héroe o la heroína de la película y detrás de ello un ego que necesita ser admirado o venerado.

Podríamos seguir, pero solo cito algunos de los más frecuentes, como una forma de reflexionar cómo los seres humanos, consciente o inconscientemente, solemos complicarnos la vida y pasamos años en angustia y sufrimiento, cuando parecería que para lo único que hemos nacido es para ser felices y realizarnos, simplemente, sin mayores sobresaltos.

Esto no quiere decir que no haya condiciones traumáticas o heridas reales y circunstancias indeseadas que sí pueden alterar la naturaleza de los seres humanos, me refiero en general a la proclividad natural por auto sabotearnos nuestro camino hacia la alegría de vivir.

Intentemos ser auténticos y renunciemos ahora mismo a la necesidad de agradar a los demás o de buscar su aprobación. Practiquemos el desapego y soltemos el control de las cosas, confiando en los procesos de la naturaleza y de la vida misma. Quitémonos el traje de héroe o heroína, de víctima o de perseguidor de los demás. Hagamos de la gratitud y de la aceptación valores esenciales de nuestra existencia, bajo la premisa de que el universo es perfecto y de que sucederá lo que tenga que suceder. Atrevámonos a cuestionar los dogmas y los paradigmas dictados por otros. Renunciemos a la moralidad impuesta por alguien más. Disfrutemos el camino, después de todo, todos sabemos que un día se terminará nuestra estancia en este plano y cada uno tiene su propia creencia de lo que pueda seguir.

En otras palabras, dejemos de buscarle chichis a las hormigas y decidamos ser felices, simplemente. ¡Hazlo sencillo!, dicen por ahí.

https://www.milenio.com/opinion/omar-cervantes/la-alegria-de-vivir/seamos-felices-simplemente

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* “El contenido, conceptos y juicios de valor del presente artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente son compartidos por la Edición, y/o los propietarios de este Periódico”.
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