¿Imaginan a Don Mario Enrique Morales, Líder Estatal de la CROC y por ende titular del contrato colectivo del Sindicato Municipal, manoteando el escritorio de un funcionario? Pues hubo de hacerlo en el del Secretario del Ayuntamiento de Saltillo.
Rubén Moreira, un cetemista de ocasión: mareado de poder “encima de un confeti político”; mentira tras mentira, plantada tras plantada, viéndolo por encima del hombro, lo sacó de sus casillas.
(Y en esta saga apenas vamos contando lo acontecido en el sexenio 1999.2005, porque ahora, en época presente, la realidad con la central obrera en cuestión es otra muy distinta, una tal en la que hay sociedades evidentes y en extremo convenientes. Con la CTM y en especial con algún “obrero de sobrero” se compran fincas, se crean centrarles de transporte y se abren sociedades mercantiles, al grado que el socio ganancioso, hinchado de valor y de recursos, ya se siente candidato a gobernador… Eran muchos y “creció la deuda” ¿Qué no era así el dicho?).
Y otra vez a recomponer los entuertos del hermano llegaba el profe, auxiliado de su amigo el Alcalde Pimentel. Problema serio para todos era estar mal con el sindicato, pecado el rivalizar con el líder. El osco secretario nunca lo entendió; “salía de una para meterse a otra”. El Plan Maestro, tenía cronograma pendiente;
Humberto Moreira estaba ciego de ambición, y ciertamente esa hambre de poder, lo hizo poder.
Tras él, como sombra acechante y como lapa pegajosa, su hermano Rubén, hospedero político de su cuerpo. Su hermano mayor quien, en vez de conducirlo y avituallarlo; desde muchachos: “ha chupado su sangre, comido de su plato y, hasta bebido de su copa servida”.
La destrucción de equipos cobraba víctimas. Había que empezar con Chuy María Ramón y borrar para siempre el fantasma de sus ambiciones: Tereso Medina Ramírez, Francisco Saracho Navarro, Marco Flores Cuevas, entre otros personajes, o jalaban o se desactivarían. Era urgente hacer lo necesario para tener contento al gobernador Enrique Martínez y Martínez; ¡lo que fuera!
El gobernador habría de consentir los planes y las argucias requeridas, aun en contra de miembros del gabinete o de allegados al propio Martínez. Fueran íntimos o cercanos, con ansias de más poder y de más dinero (como Alejandro Gutierrez o Chema Fraustro), no había lugar a excepciones.
El Plan estaba en marcha.
Humberto aseguraba a sus allegados que su influencia era tal que, si no le consultaban los cambios o nombramientos, cuando menos opinaba sobre el destino de las cosas. Su relación con el poderoso Secretario de Gobierno, el tercer sanpetrino en el guiso, Raul Sifuentes Guerrero, crecía, pero para mal.
Las incursiones del profe en La Laguna eran escasas y monitoreadas.
Los subterráneos de la casa “bunker” de la calle de Ramos Arizpe casi esquina con Morelos, en Saltillo, daban cuenta puntual de los pasos ligeros de éste Moreira. Raúl controlaba la información; él también tenía un Plan, y en su estrategia, estorbaban los Moreira.
Hay evidencias gráficas de que el otro hermano, Rubén, tenía encuentros clandestinos con el lagunero en su casa de Real de Peña.
¿Conocería el profe a detalle el alcance de los encuentros?
Otra incomoda situación crecía en los pasillos secretos del Palacio de cantera rosa. El cercano rector, Jose María Fraustro Siller, era confidente íntimo del Gober; ¡a que calamidad!, despotricaba el profe. Ante eso ¿Cómo competir?
Sifuentes, sigiloso y hábil, al fin lagunero, hace llegar a Humberto el dato de que el Jefe Martínez sopesaba la idea de hacer alcalde “al Chemota”. ¿Por qué conducto llegó el dato político?, suponemos que fue por vía familiar, en un encuentro casual con el Secretario del Ayuntamiento de Saltillo.
Que contradictorio resulta pensar, que Rubén, ayudaba a Humberto
en sus propósitos si el celo profesional y personal era y es tanto. La ambición subterfugia del “mayor”, era tanta que debía colaborar aunque su repudio y envidia fueran y son tales, que intrigaba para dificultar y hacerse necesario.
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