Lady cobijas, o Lady edredones, así llaman ahora a María Esther Monsiváis Guajardo, aquella muchacha que llegó de Nueva Rosita (del campo non-santo), aquella que llevaba a la lavandería las camisas amplias del gordo fachas. Pero hoy, es mucho más que eso, más que cobijera o edredonera, es tanto más. “Es la contadora del negocio, de todo (de lo negro y de lo gris o blanco, del cajón estatal y de las maletas, de las suburban, los portafolios y de las bolsitas de estraza; de los de allende el mar, y de los avecindados en la región centro, y de tantos y tantos”). Es la secretaria de infraestructura siendo contadora, no sabiendo ni hacer casitas de plastilina. Pero su negocio es cobrar y llevar las cuentas. Los puentes, que se caigan. Los anteriores titulares en el Moreirato, fueron abogados, ingenieros en sistemas, economistas, etc., todo menos civiles o arquitectos.
Fantasma como las compras, fantasma como las empresas, fantasma como los aparecidos. Es la mochadora de toda la obra pública (que aunque es poca la obra, nadie se va sin la cuota de rigor). Sus casas de Portal de Aragón (a nombre de Alicia Guajardo) y del emblemático San Alberto (a nombre del marido suertudo y aguantador, de ojos y oídos cerrados, cuyo silencio fue pagado con una Notaría de regalo, de las 41 últimas que fachas sin empacho, condonó del todo): Vivir ahí, en San Alberto, para rodear la mansión del patrón, ahora que huya. Estas propiedades, son solo minucias de lo que ha acumulado.
Un efímero paso por la campaña de Rosendo Villarreal Dávila para alcalde de Saltillo, (entonces era panista). Luego, en el sexenio de Rogelio Montemayor, vía la relación estrecha con Salomón Abedrop López, se une en mini sociedad en una “comercializadora” con Carlos Cabello Gutiérrez (hoy secretario de fiscalización y rendición de cuentas del estado) y con Fernando Morales Ayala (socio de Ismael Ramos, los nombres se repiten). ¿Ahí nació la idea de las ahora famosas empresas fantasma y de las compras mas fantasma?. Ahora, era del PRI.
Su participación en la campaña de Salomón Abedrop por la alcaldía de Saltillo fue extraña, aun con la conocida cercanía personal, Salomón pierde y ella, raudo salta al grupo de Oscar Pimentel González, y otra vez a la campaña y ahora si a la presidencia municipal. Dicen que fue ahí donde se relacionó con Rubén Moreira, pero otros dicen que ya era su “mandadera desde antes” (entonces era del PSM y luego del PSUM, reductos de izquierda, ya sucumbidos).
En todos estos trienios municipales, de Carlos de la Peña hasta Humberto Moreira (de José De Las Fuentes a Enrique Martínez), se pegaron al organigrama los inseparables: Ismael Ramos, Chuy Ochoa, Fernando Morales, Carlos Cabello, Salomón Abedrop, etc. Más tarde y por años, Jorge Torres, Jorge Alanís, Jericó Abramo… La nómina municipal fue de ellos. Empezaron en informática (de donde salieron las empresas particulares que hoy ostentan).
De asesora por honorarios pasa a la contraloría, ¿era Pimentel el interesado o el secretario del ayuntamiento de este… sí, adivinó, el gordo fachas, (que tenía su primer cargo decente, aun con saquitos de Sears, no llegaba aun a conocer JC Penney, y eso que antes si podía ir a estados Unidos sin riesgo a quedarse por allá una temporada obligada, cual testigo protegido o reo en inglés). Pimentel, por su parte, ya venía de ser DGPOP del controvertido “policía nacional”, Fernando Gutiérrez Barrios. Los trajes de Oscar eran elegantes y notoriamente distintos a los de fachas (Pimentel corría todas las mañanas antes de ir a la oficina, buenos trajes, y al cuerpo).
Dio vuelta el sexenio y como lapa, sin albur, Marucha se pegó al gordo. Humberto era gobernador y como ya sabemos, fachas (por su dominación indecible) ponía el gabinete estratégico. Entonces, la ayudante de siempre fue subsecretaría de egresos. El gordo “ya era casado”, los otros jefes también, así que se casaría con Javier Villarreal (se le veía futuro). No prosperó el noviazgo con el magnate de San Antonio Texas (ahora reo), pero ella subía, escalón por escalón, jefe por jefe; “su habilidad Política”, era mágica.
Los cercanos a Humberto Moreira le dicen traidora. Pero nunca fue del profe, estar con el bailador era un accidente sexenal.
¡Más Marucha, más Moreira! (El emblemático capítulo “L”, concluye con Marucha Monsiváis).
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