Sin duda se ha dado un gran paso con la reforma laboral que ordena a los negocios reducir a 40 horas la semana laboral estándar y que horas adicionales trabajadas sean pagadas como tiempo extra.
Con esto, se toma en cuenta la experiencia y la investigación que sobre la materia hizo un importante empresario de la industria automotriz. Habrá quien diga que la medida es inflacionaria y que difícilmente el aumento en la productividad de los empleados pagará por esta novedosa reforma.
No, no son fake news, pero tampoco es una noticia que se refiera a México y a la muy reciente finta del Congreso por reducir de 48 a 40 horas la semana laboral en el país. El párrafo anterior se refiere a Estados Unidos en los años 30’s. En 1938 se promulgó la Fair Labor Standards Act, una ley que establecía un salario mínimo, una edad mínima para trabajar y una semana laboral de 44 horas, que dos años después se ajustó a 40. Antes no había límite y se estima que unos 100 años antes, durante la Revolución Industrial, la gente trabajaba entre 80 y 100 horas cada semana. El párrafo inicial también hace referencia a Henry Ford, quien en los años 20’s popularizó la semana de 40 horas al darse cuenta de que ir por encima de esas 40 horas arrojaba muy poca mejora en la productividad. Cuando se realizaron estos importantes cambios se documentó que la reducción en la jornada semanal impactó favorablemente la salud y energía de los trabajadores y sus familias; se mejoró la nutrición; se redujeron las faltas por enfermedad; aumentó considerablemente la motivación de los trabajadores y, con ello, la productividad.
La semana laboral en Estados Unidos sigue siendo de 40 horas, aunque existen voces, cada vez más fuertes, que plantean una de 32 horas. En el caso de México, apenas esta semana se anunció que una de las comisiones de la Cámara de Diputados había aprobado (con todos los partidos a favor y con la abstención del PAN) llevar a votación una reforma constitucional planteada por Movimiento Ciudadano para reducir la semana laboral de 48 a 40 horas, en lo que pudiera ser la principal reforma en materia laboral en décadas. Los comentarios en redes y en medios (de quienes probablemente no trabajan las 48 horas ni están en la base de la pirámide productiva) no sorprendieron: “es inflacionario”; “van a quebrar las empresas”; la COPARMEX emitió el clásico comunicado, “enérgico, pero respetuoso”, que siembra el miedo, amenazando con “un efecto adverso que provoca desempleo”; “un golpe económico devastador”; “inflación”; “incentivos negativos”, entre otras excusas sin mayor análisis. Y así, lo que parecía ser un hecho, se vino abajo cuando el coordinador de MORENA se atrevió a decir que no podría votarse ese dictamen “por falta de tiempo”. Sí, el señor diputado Ignacio Mier, quien junto con sus otros 499 colegas sesionan menos de la mitad del año, nos dijo que ya no tuvieron tiempo de atender este asunto.
Da la impresión de que la iniciativa fue frenada por órdenes del inquilino del palacio ya que no se les ocurrió a ellos sino a Movimiento Ciudadano (MC), lo que hace que el presidente y los suyos operen para evitar alzar el brazo de MC con un triunfo que sería muy popular entre lo que AMLO considera es un segmento de votantes que le pertenece a él y sólo a él. Sin embargo, es prudente y razonable esperar que el tema siga en los reflectores y nos obligue a pensar, como sociedad, las implicaciones que una reforma de ese tipo tiene no en los promedios o en general, sino estrato por estrato en la pirámide laboral. Es decir, para quien tiene un trabajo de oficina es muy probable que sea posible encontrar eficiencias para que complete su trabajo de la semana de lunes a viernes. Sin embargo, a medida que nos movamos hacia abajo en los estratos socioeconómicos, o en ciertas actividades, podremos identificar retos distintos, otras palancas, herramientas e incentivos para empresas que hagan que un cambio así sea razonable y viable. Pensemos, por ejemplo, en la gran cantidad de mexicanos que tienen que tomar uno o más microbuses, camiones o metro para ir y venir a su trabajo. Estamos hablando de personas que no solo trabajan ya ocho horas diarias efectivas, seis días a la semana, sino que, para poder trabajar esas 48 horas, tienen que invertir otras 2 a 3 horas diarias (12 a 18 por semana, con los muy conocidos riesgos de transitar por las calles de México). A esa persona (y a su familia) se le estaría regresando (una inversión, creo yo) 8 horas, más 2 a 3 horas adicionales de traslados y la posibilidad de descansar y pasar tiempo con su familia dos días enteros. Es más, una vez aprobada la reforma, podríamos pensar en que a esos trabajadores les podría convenir y gustar 4 días de 10 horas, en lugar de 5 de 8, simplemente por el costo (económico, de salud y de motivación) que tienen los traslados.
Estemos atentos para ver si esta importante iniciativa se deja en el limbo legislativo o se retoma en septiembre cuando el Congreso vuelva a sesionar. Sin duda, el tema merece análisis, reflexión y acción; no merece abstención.