El señor de los caprichos no entiende de razones. Su voluntad, ha de ser incuestionable, aun cuando ya “sus ideas brillantes” no deslumbran “a los incondicionales”. La matrona lo exhibe y él, se venga de los cercanos. El deterioro interno es desgaste mayor. El equipo se fractura, las lealtades se diluyen, y entonces, solo los cómplices (del placer y del dinero), quedan hincados.
Es evidente que en el “cuarto de guerra” del PRI, se saben perdidos.
Apenas una semana de que empezaron las campañas y ya las ratas brincan de barco, los traidores enseñan la cara y las amenazas del dictador rabioso, no asustan a tantos. Entonces, harto del espectáculo, el delfín corrompido, (disfrazado de jamelgo corredor), se revela a la abrupta rienda del caballerango bilioso.
Las actitudes los delatan. Mienten en los números de las elecciones internas, mienten en el número de convocados y de asistentes a eventos, mienten en las encuestas (que ellos pagan y fabrican en los burocráticos escritorios).
Pero ya las fotos los delatan, las sillas solas en los auditorios, son muestra inequívoca del agotamiento del esquema electoral tramposo (el del carrusel, el del clientelismo, el de la nómina millonaria, el del miedo, el de los burócratas comprometidos y de los maestros usados. “El de las tienditas y la marcas de refresco, de los repartidores y encargados”).
Ordenan a los encuestadores vendidos que suban de puntaje a sus aliados y que lo bajen a sus enemigos. Confunden al público y se confunden ellos. Son como los mentirosos compulsivos que al final de la semana se creen sus propias intrigas cuando estas vienen de regreso (mienten tanto que ya no se acuerdan si es verdad o mentira lo que ellos mismos escuchan de otros).
Ante las fallas reiteradas de pronostico (de guión y de programa), el Atila de remedo, patea puertas, tira sillas e insulta colaboradores. Sus caprichos, los de él, ¡el señor de los caprichos!, ya rayan en sandeces (así se expresan sus agachados, esos hartos que ya se van enderezando y dan visos de dignidad). Y es que es el sexto año y en la salida, los reyes arrastran la corona por el fango (este rey de chocolate, es parte de una docena trágica, del moreirato eterno y desastroso). Ya no hay caravanas, ya no hay pleitesía palaciega. Ya no hay lisonja servil, ni “rendimientos subyugados cual sátiras degradantes”.
La guadaña judicial se cierne sobre las alzadas cabezas de los “iluminados”. El rey agoniza y no lo ha notado. La derrota electoral ya campea, y ello se nota en la cara de los denostados coahuilenses (que parecen recuperar el alma perdida), porque se deshacen bruscamente del yugo del indigno.
Él (ellos), secuestró al partido, y los partidarios le enseñan los dientes. Él (ellos), asaltó la dignidad y robó la esperanza a quien le dio el poder, por eso su pueblo levantado, envalentonado; llora, reza, se arma de valor (por el dolor y la dignidad recuperada) y grita venganza.
El fin está tan cerca que ya se escuchan las dianas al nuevo rey (a uno que debe ser solo dirigente, solo gobernador, solo líder humilde ante una sociedad agraviada, que merece respeto y exige una nueva oportunidad para recuperar la grandeza de Coahuila). Los cínicos destruyeron la política, las finanzas y a la noble sociedad.
Los colores de las divisas políticas, trocan rápidamente la bandera “tricolor” por gritos de esperanza. Son libres ahora y quieren que todos lo sepan. Nunca más un dictador que los lastime, nunca más la mentira y la corrupción, les harán daño.
Entonces, el soberbio mandamás, con la espalda levantada y la mirada perdida en un horizonte imaginario, orina los pantalones (un miedo enorme, uno desconocido, se apodera de su gran cuerpo y lo domina). Se pregunta a sí mismo (este rey de carnaval): si será pobre de nuevo, si será ignorado como antes, si su vestimenta real, será cambiada por la paupérrima.
El solo pensarlo lo congela, “lo idiotiza”, lo irrita de tal forma que ordena que todos los delfincitos sean vestidos con ropas de gala intíca a la de él (todos con camisas Brooks Brothers, de 200 dólares cada una, para burlarse del pueblo jodido y para decirse: rico nuevo y mandador imitado). Ya lo de “querido jefe”, está muy difícil.
El señor de los caprichos cavó su tumba con sus propias manos, ayudado de su hermano “el magnate sometido”, de tanta familia acomodada en el negocio y de tanto cómplice y prestanombres. El juicio está muy cerca y el destino es fatal.
¡Atrévanse lacayos!…
Díganle al tirano, que a su socio carnal, a su estirpe y a él, se les acabó la bacanal.
FOTO: El Demócrata
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