Una vez más, el pueblo mexicano se tomó las manos y dio cátedra de solidaridad a la humanidad. Los jóvenes rememoran la epopeya ciudadana de 1985 con su propio accionar. Se rompieron edificios y también esquemas, casi espontáneamente la gente recordó lo que se siente pertenecer a la nación con el himno y la bandera más bellos del mundo. Una tragedia a la que se respondió con un “no estás solo, un mexicano no tiene permitido sentirse solo.”
Las calles repletas de vida y esperanza fueron el resultado de la presencia y accionar juvenil. Cada uno tomó lo que pudo, se despidió de casa, trabajo y escuela para ver dónde podría ser útil. Todos querían ver el rostro de aquella persona rescatada de los escombros y sentir el vibrar de su corazón al escuchar “¡Uno vivo!”. Un hermano más que le robamos a la muerte.
Supermercados, carreteras, farmacias, hospitales, ferreterías, universidades, iglesias: todo lleno. Los jóvenes mexicanos solo esperaban el grito de guerra para ir a luchar por la vida del otro. Pocos minutos eran necesarios para tener un centenar (sí, un centenar) de jóvenes dispuestos a darlo todo por servir a la patria y rescatar un alma más.
Primero Ciudad de México, luego Morelos, después Puebla, de vuelta a Oaxaca y Chiapas, para todos alcanza la solidaridad y las manos. El límite es el cielo y lo demostramos un 19 de septiembre, otra vez.
Hace 32 años nuestro amado país también vivió una catástrofe que, combinado con un gobierno incompetente, desembocó en la gran epopeya de la sociedad civil mexicana. De dicho suceso nació la conciencia y con ello la acción política estratégica de los entonces universitarios mexicanos.
Hoy, la conciencia ya se generó, ya sabemos que no somos autosuficientes pero también que contamos con el otro, que ese que va a lado de ti en el camión, que se sienta a lado de ti en la escuela o el que despacha en la tienda está dispuesto a levantar escombros para salvarte la vida. Recordamos que somos hijos de una misma madre y que a la patria no se le dice que no.
Pero ¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos para no regresar nunca más a la indiferencia? En mi opinión, la respuesta es hacer política. Pero política de la buena, no esa partidista manchada de corrupción e impunidad. Hagamos política pero de la que genera bien común, esa que consiste en generar instituciones y reconstruir las existentes.
Imaginemos que logramos abatir el cáncer que ocasionó el derrumbe del Colegio Rébsamen o la que permitió la construcción de los edificios irregulares en la Roma y la Condesa. Qué no podríamos hacer si desechamos a esa clase política sucia, mañosa y obsoleta.
Renovemos entonces los escaños y las curules, constituyamos asociaciones civiles y fundaciones, organicemos observatorios ciudadanos y electorales ¡no permitamos nunca más que la vieja clase política se burle de nosotros en la tragedia! Es el momento perfecto para que los jóvenes nos la creamos y tengamos un país de primer mundo. Pensemos en esta y la siguiente generación, ya tuvimos nuestro propio terremoto ¿qué más esperamos?