Ser padre

Ser padre es sin duda un privilegio.

Es una gran oportunidad, es la razón de las razones. Es la prueba de poder ser y de hacerlo bien.

Sera padre es de esas maravillas que solo se explican a la par del misterio de la vida. Así, siendo padres, se entiende fácil que hay cosas que son divinas, que proceden de Dios, que dan razón de existir (dando sentido a la propia existencia humana). Misterio y vida, que a él regresan, un día.

¡Ser padre es sin duda la razón de la vida!

¿Para qué venimos a esta vida, podemos preguntarnos? Y la respuesta es simple, para dar vida, para ser padres. Para enseñar a los hijos a amar, a agradecer, a servir entregándose a los demás.

“Aprender para enseñar”. Enseñar a los hijos a un día, ser ellos los padres (a su modo, a su forma, con su desafío individual).

Un mal padre…

¿Que puede entender de su propia vida, alguien, sin unos hijos felices y útiles al mundo? Un mal padre ¿qué puede festejar un día como hoy (día del padre)? Ni sentándose a llorar sabría la diferencia entre haber hecho lo correcto… y no hacerlo.

Los padres somos humanos, falibles e imperfectos. Pero, el amor de los hijos y por los hijos, es la herramienta poderosa que anima a corregir los hierros, a enmendar la plana y a empezar de nuevo.

Mal padre es quien claudica, quien no se da oportunidad de hacerlo mejor.

La vida a veces no facilita el reto ni perdona los azares indirectos, pero por ellos (los hijos) vale la pena todo el esfuerzo. Y dedicarles el tiempo, es la mejor forma de hacerlo.

El método

Formarse para formar. Aplicarse para explicar. Cerciorarse para juzgar. Pensar y pensar de nuevo para aconsejar al hijo grande… Y perdonar, una y otra vez, y volver a perdonar (y perdonarse).

“Nunca se es suficientemente viejo para dar un consejo”, dice el pensador. Pero con los hijos no aplica el refrán, porque hasta el pensador es padre, y es hijo, y nieto. Y en familia las reglas son pretexto, y un consejo dado con amor filial, es a sotavento (ni el aire le hace mella a la fuerza del amor de un padre y un hijo).

Un padre no debe mostrase soberbio. Un padre no es débil ni se da por vencido. Un padre saca fuerzas del amor a los hijos. Un padre útil, es el menor en el espectro.

Un padre puede ser al tiempo: omnipresente y un fantasma, invisible. Siempre que su esencia y munificencia, sean sentidas a través de su amor y entrega.

No hay recetas para ser padres

Amar sin esperar, es gran idea… Y perdonar.

Formar sin pretensión: aceptar aunque duela, repetir sin molestar, llorar solo por dentro. Reír aun sufriendo.

Abrazar sin motivo: soportar sin recelo, ser hombro y no nariz, ser guía sin querer iluminar el centro.

Comprensivo y paciente, aunque deba comerse las uñas y tragarse los nervios.

Ser acaso un faro cierto que marque el regreso a casa, el regreso del extraviado y del adolorido, del orgulloso y del cabezadura. Ah, cuando los hijos se van… ¡Qué desgarramiento! Pero cuando un hijo regresa, ido de cualquier forma y motivo, es regocijo y fiesta.

No hay hijos pródigos

No hay hijos pródigos cuando la entrada (de la casa y del alma) es grande.

Y sí, hay padres prodigados. Padres que no regateen amor ni consejo, compañía y prudencia, ni menos el dar ejemplo. Que proporcionen satisfactores a medida de su esfuerzo, pero que se den en cuerpo y alma, al hijo pequeño, y al mediano y al grande. Y a todos en familia.

Gracias a Dios, por poder celebrar hoy: El “Día del Padre”.

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