Había dejado ya de ser novedad aunque no por ello se había resuelto el problema; al contrario, su agudizamiento reciente ha llevado el tema nuevamente a los encabezados de los medios. La calidad del aire se deteriora en la Ciudad de México, y en los principales centros urbanos del país, causando estragos irreversibles en nuestro organismo, estemos o no conscientes de ello.
Aquellos otrora hermosos y diáfanos paisajes capitalinos adornados por el “Popo” y el “Izta” en lontananza han dado paso a una capa gris, turbia y asfixiante, que ensucia los edificios, ataca las mucosas y destruye los pulmones.
Las medidas tomadas por las autoridades de la Ciudad de México han sido débiles e insuficientes, aún suponiendo se respetaran cabalmente las disposiciones oficiales, cosa que, como sabemos, no sucede.
Un día de contingencia severa se aplicó el “doble no circula”, generando grandes trastornos en la sociedad. Y es que restringir la circulación del 40% del parque vehicular de la gran urbe forzosamente tiene que generar efectos secundarios. Uno de ellos fue el disparo de las tarifas de Uber, llegando a cobrar hasta mil pesos por un viaje sencillo.
La empresa fue muy criticada por eso, teniendo incluso que ofrecer devoluciones para los casos más extremos. Sin embargo, Uber funciona en base a una ecuación económica que equilibra los mercados: una alta demanda repentina por el servicio con una oferta fija de vehículos circulando aumenta automáticamente los precios.
Quien iba a salir a tomar un café con las amigas o al cine con su novia, quizá encontró muy oneroso el pago por el transporte y mejor decidió quedarse en casa, generando el efecto deseado por la medida. Aquel padre que tenía prisa para llegar al hospital para atestiguar el nacimiento de su hijo o el empresario que deseaba llegar puntual a cerrar un negocio millonario, con seguridad pagaron encantados de la vida la tarifa de Uber al circular por calles más despejadas.
Hay ciudades que han instalado taxímetros en las unidades del transporte público y con tarifas fijadas por decreto, sin importar si es de día o de noche, si hay congestionamiento o se circula con fluidez. El efecto ha sido que muchos trabajadores del volante prefieran descansar de noche en lugar de ruletear por un banderazo que no los incentiva, perdiendo muchos clientes dispuestos a pagar más con tal de no caminar de noche.
Países como Londres, Estocolmo y Singapur, entre otros, han implementado con éxito “tarifas de congestión” o “peajes urbanos”, cobrando, con ayuda de la tecnología satelital, una cuota por circulación según zonas y horarios, mejorando sustancialmente la calidad del aire y la circulación vial.
Debemos permitir que los mercados realicen su función: a problemas graves, soluciones radicales. Sí, pero también se vale utilizar el ingenio y generar estímulos correctos. ¿Qué tal si en lugar de un cobro a la no circulación en horas pico o lugares de congestión se otorgan descuentos en derechos de control vehicular o en la Tenencia?