Témele a esos mirar pa’bajo…

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“Esto no puede continuar así” – fue la oración con la que me di la vuelta y me separé de su sexo, tras una deliciosa e involuntaria contracción en mi cadera,  cerré los ojos y fingí que dormiría, mientras mi respiración se estabilizaba. Y es que estar con ÉL, no es sólo sexo es adoración, somos como gatos, podemos adorarnos por horas, pierdo la noción del tiempo por completo.
Siempre he sido cuidadosa en cuanto a las adicciones, desde muy joven me alejé de cualquier cosa que me hiciera perder el control  y que me alejara de mis objetivos, ¿Quién se iba a andar imaginando que alguien podría resultar tan adictivo como una droga? Más aún ¿Quién podría haber imaginado que alguien en apariencia tan simple podría generar toda una revolución en mis sentidos, en mi mente…?
Tal vez sea el hecho de que somos educadas para controlarlo todo, para ser perfectas, para no equivocarnos nunca. “Una equivocación puede convertir a una señorita de bien, en una cualquiera” – sentenciaba siempre mi abuela, la bruja mala, la beata de escapulario y villana de closet, siempre repartiendo culpabilidades imaginarias antes de que cualquier cosa sucediera, ensuciando con sus ganas revestidas de temores las vidas de los otros, de aquellos que se atrevían a reír a rienda suelta, de aquellos que no fueran hechos acordes al molde de lo que para ella significaba ser “gente bien”.
Tú jamás habrías entrado en su descripción de un tipo de cuidado, eres todo lo contrario, por lo menos en apariencia, el respetabilísimo Dr. Luna sería incapaz de nada fuera de lo normal, tan predecible, tan simple, tan sencillo, tan aparentemente Godínez.
Ya lo decía mamá Cotita: “Témele a esos mirar pa’bajo, son los peores” y tenía toda la razón, él es uno de esos hombres que si le das la mano la utilizará para recorrerte completa hasta dejarte satisfecha…
Nos conocimos la ocasión que llevé a mi madre a una consulta de rutina, fue tan amable, que al salir de la consulta mi madre y yo no pudimos dejar de bromear sobre “Ese doctor tan caballeros y educado, lástima de tamaño compacto…”
A esa consulta siguieron otras más para descartar cualquier achaque de esos de señoras, y terminamos por volvernos amigos, de esos que se sienten, presienten y extrañan.
Una tarde fui a la clínica a consultar a la dentista y al salir me lo encontré ahí, como siempre caballeroso, sin la bata se veía mucho más guapo, menos viejo (aunque no joven), atractivo pues, se ofreció a llevarme a mi casa, y dije que sí, más tardó en tomarme del brazo que en poner su mano en esa zona que amenaza con dejar de ser mi espalda… Entonces le dije: “No juegues con fuego… Te vas a quemar y mientras te consumo gemirás de gozo.” Su respuesta fue una sonrisa y un “ya veremos.” En su auto confirmé que no tenía intención alguna de llevarme a casa, comenzamos a besarnos desesperadamente como si los seis meses de consultas de mi madre hubieran sido un pretexto  y ambos supiéramos que era ese día o jamás. Separamos nuestros labios lentamente, heridos por el magnetismo y por lo que este hacía a nuestros cuerpos, no era algo negable ni explicable. Encendió la marcha del carro y se dirigió a quién sabe dónde (que terminó por ser su casa supuse) llegamos y nos adoramos con la luz apagada, adivinando cada pliegue, cada espacio, cada beso, el aliento, las miradas, y demás… Jamás me había sentido así amada en totalidad, no acostarse por el simple hecho de hacerlo, ser adorada, y adorar al otro, una experiencia jamás antes vivida en esa completud.
Después de unas horas de disfrute mutuo me puse de pie y me vestí para indicarle que ya era momento de irme, entonces dijo: “Quiero volver a verte, a tenerte, ser de ti”, le contesté solo con un gesto de cabeza asintiendo, no había más, este era mi lugar.
Y desde entonces de nuevo cada noche  jugamos de a no saber quiénes somos, a ser un par de extraños y a darnos sin cuenta gotas, a manos llenas, a besos largos, a espasmódicos fluidos. Ya me lo advertía mi abuela: ¡Ay esos mirar pa’bajo!
@PalomaCuevasR

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