En una ocasión, hace 20 años, acompañaba a mi padre en uno de los recorridos por los rincones de nuestro bello Coahuila para la nominación a la candidatura a gobernador del Estado. La precampaña fue intensa y desgastante, demandando mucho esfuerzo y recursos.
Estábamos en Monclova en uno de esos eventos que se tornaban cada vez más cálidos y numerosos conforme se acercaba el día de la elección. Al terminar, cientos de personas se arremolinaron en torno al candidato para estrechar su mano, tomarse una foto o entregarle alguna petición.
Casi al final se acercó una señora ya mayor, de aspecto muy humilde, y entregó un sobre con estas palabras: “Es todo lo que tengo, pero se lo doy de corazón porque usted representa la esperanza de Coahuila”. Mi padre lo tomó y le agradeció con un abrazo. Cuando llegamos al hotel grande fue nuestra sorpresa al descubrir dinero como contenido, una suma modesta, pero sin duda una fortuna para ella.
En aquel entonces acababa de terminar mi licenciatura en Economía. Todavía traía muy frescas las teorías del capitalismo, esas que otorgan racionalidad al ser humano, quien busca siempre maximizar ganancias y basa sus decisiones en el egoísmo y el beneficio personal. Y una “mano invisible” hará que ese comportamiento humano genere el mayor beneficio posible para todos.
¿Cómo encajar, entonces, la actitud de aquella sencilla mujer? ¿Por qué hay eventos sociales recaudatorios muy exitosos, como el Teletón? ¿Qué motiva a millones de donatarios anónimos a apoyar diversas causas?
Claro, muchos donan en beneficio propio: para obtener una ventaja fiscal, mejorar la imagen de su organización, o por coyunturas políticas o presiones sociales. Pero no es el caso de todos.
No siempre hay interés material de por medio. Es común procurar el bienestar ajeno quizá porque en nuestro subconsciente yace la convicción de que una sociedad más justa nos conviene a todos, o que fuimos nosotros quienes pudimos haber nacido en una situación de desventaja, o bien, por un sentimiento de empatía y compasión.
Las acciones prosociales redistribuyen miles de millones para paliar la pobreza y las desigualdades. Sin embargo, no es suficiente. A veces se aporta más comprometiéndose con una causa que emitiendo un cheque.
La temporada decembrina siempre aviva la chispa de la caridad en nuestras almas. Es tiempo de dar, época de ser generosos sin esperar nada a cambio. México nos lo agradecerá.