De acuerdo con el artículo 82 de la Constitución, un (o una) mexicano por nacimiento, de al menos 35 años de edad, hija de padre o madre mexicanos que haya residido en el país por al menos 20 años, que no sea ministro de algún culto o religión, que no pertenezca al ejército o sea funcionario de primer o segundo nivel o gobernadora al menos por 6 meses antes de la elección y que no sea familiar en primer grado o cónyuge del presidente en funciones, cumple con los requisitos para ser Presidente de México.
Así, suena fácil, práctico, incluyente y democrático. Prácticamente cualquier mexicano que haya cumplido 35 años califica para aspirar a ser presidente. No se habla en la Constitución del rol tan perjudicial y nefasto que juegan los partidos y la misma legislación (y autoridad) electoral a la hora de reducir drásticamente el universo de candidatos (y candidatas) que bien pudieran ofrecer más y mejor que lo que hemos visto ya por varias décadas. No hay tampoco criterios básicos de descalificación, como podría ser tener más de 65, 70 o 75 años cumplidos el día de la elección o un examen físico básico o prueba psicométrica o de personalidad, que nos ahorren tener presidentes en mal estado de salud, sin mucha inteligencia o con rasgos psicológicos potencialmente nocivos (como tendencias dictatoriales o militaristas o complejo de mesías).
¿Será que deberíamos empezar por una descripción del puesto? ¿Para qué queremos un o una presidenta? Pareciera que no podemos hacer nada por remediar o reducir las decepciones y la polarización. No nos ponemos de acuerdo en siquiera definir las cualidades, perfil y objetivos que los mexicanos deberíamos aspirar a tener cuando se eligen a los candidatos a presidente. Un puesto de ese nivel merece un poco más que cinco o seis renglones en la Constitución y una constante revisión de los criterios adecuados conforme el país enfrenta circunstancias distintas. Hoy, más que nunca, el criterio parece estar basado en memes, ocurrencias, desplantes que llaman la atención, en favoritismos y no en la sustancia o necesidades de la nación. Pretenden vendernos opciones vestidas de huipil como antes nos vendían las guayaberas. Quieren que tengamos empatía, o incluso simpatía, por alguien que se toma la foto (totalmente actuada) comiendo garnachas a la orilla del camino. Nos quieren vender una sonrisa falsa y extremadamente dura de la candidata favorita mientras, por algún motivo, alguien insiste en que es bueno, aceptable y razonable que la otra opción tenga boca de carretonera y escasez de ideas propias.
No, eso no debería ser normal. Quienes han estado involucrados en actividades de reclutamiento para una empresa sabrán que definir el puesto y el perfil y encontrar a los candidatos adecuados para llenar, por ejemplo, una gerencia de ventas o un puesto de ingeniero de manufactura, ya no digamos una dirección general, requiere mucho más que tener pulso y un mínimo de edad o de estudios. Yo no creo que ningunos de los partidos se hayan tomado la molestia de comparar los perfiles de sus gallos (y gallinas) con los retos que enfrenta México. Seguramente alguien te dirá que “es lo que hay” y pedirá que no cuestiones y agaches la cabeza (otra vez) sin hacer muchas preguntas o cuestionar la realidad
Tal vez así, con un ejercicio básico de reclutamiento y definición de puesto, perfil y objetivos, podríamos aspirar a tener si no presidentes exitosos y respetados, por lo menos expresidentes que salgan con la cabeza en alto, que no acaben viviendo semi-exiliados en un castillo de oro en algún país europeo con recursos de procedencia más que dudosa o deseando que el actual ya, de una vez por todas, se vaya con sus ocurrencias y polarización a ese muy mencionado rancho en Chiapas. Tampoco queremos expresidentes militantes que sientan la necesidad de convertirse en opositores férreos (buenos para ver la paja en el ojo ajeno) o porristas sin vergüenza que no sepan cuándo deben ser prudentes y guardar silencio (o el Twitter) para no desayudar a su causa.
Nos urge definir un proceso y reglas modernas que permitan acercar posibles candidatos de todo el país, con antecedentes variados, con experiencias distintas y valiosas, pero sobre todo con ganas y deseos de hacer las cosas mejor, viendo hacia adelante y no por el retrovisor. La ley electoral debería exigir a quien se postule no solo a presentar un plan de gobierno o de desarrollo, sino pasar pruebas básicas y hacer una exposición de motivos, credenciales y perfil que validen que el o la candidata no solo cumplen con lo de tener pulso y 35 años, sino también con tener características, preparación, experiencia, visión y tamaño para dirigir el barco que se llama México a través de tormentas o aguas en calma por seis años.
La discusión puede empezar hoy, aunque ya no aplique para 2024 y entre en vigor para 2030.