Cuando escuchamos “¡ya le dieron anillo a …!”, inferimos en automático un compromiso nupcial, sin necesidad de aclarar si hubo de por medio una declaración formal. Y si la sortija fue aceptada por la mujer, lo cual sucede casi siempre, infiere un “¡Sí!” como respuesta. En este caso, la forma no es el fondo, sino está por encima del fondo.
El anillo ofrecido a la dama pretendida no es ordinario. Debe tener engarzada alguna piedra preciosa, típicamente un diamante. ¿De dónde procede esta tradición y qué significa?
Los orígenes del anillo de compromiso se remontan a la prehistoria, con la utilización de lazos de hierbas. Posteriormente, los antiguos egipcios comenzaron a utilizar materiales más duraderos y piedras preciosas, mientras los romanos, a inicios de la era cristiana, ya tenían como tradición entregar anillos de compromiso a su futura familia política.
Los judíos también adoptaron la práctica en sus ceremonias nupciales desde mediados del siglo antepasado, pero fueron los cristianos quienes comenzaron a fabricarlos con su metal favorito: el oro.
El primer registro de un compromiso matrimonial pactado con diamante incrustado en un anillo data de 1477, y fue el de Maximiliano de Austria con María de Borgoña. El mercado creciente de diamantes y una afortunada campaña publicitaria detonaron la industria el siglo pasado.
En cuanto al significado, existen versiones desde simbólicas hasta económicas. Las primeras ponderan las características físicas del diamante, como su pureza y durabilidad, coincidentes con el ideal del matrimonio. De hecho, la palabra “diamante” procede del griego “adamas”, que significa invencible. El anillo va en el dedo anular, por el cual (se dice), la vena amoris conecta con el corazón.
En otro extremo se encuentran razones económicas. Un diamante es carísimo y su precio sube constantemente. A pesar de esto, su demanda no disminuye.
Y esa es precisamente la razón por la que los Romeos ofrecen diamantes a sus Julietas. Al invertir una ingente cantidad para comprar una piedra sin otro uso alterno, envían un mensaje de seriedad en la intención y de pocas probabilidades de arrepentimiento. Realmente los galanes no entregan a la amada una joya, sino una fianza.
No debemos quejarnos, entonces, de los altos precios de los diamantes. Si fueran baratos no cumplirían su función garante y serían sustituidos por otro bien, seguramente menos bello y perdurable, porque, dice el slogan, sólo “Un diamante es para siempre”.