No es sencillo hablar de participación ciudadana. Trabajarla, menos.
Como categoría, eso de “ciudadana” solo se entiende haciendo a un lado la definición tradicional pues lo requerido va más allá de la mayoría de edad y una forma honesta de vivir. Lo “ciudadana” en esa participación retrata, ya de inicio, un cansancio frente a políticos profesionales, burócratas o cualquier otro tipo de representación del poder.
Es un tipo de participación que no existe por decreto. Es, si me apuran mucho, hasta una reacción contra los canales tradicionales.
No es fácil comprenderla porque en los últimos diez o quince años, la línea divisoria se ha desdibujado. Los gobiernos, interesados en mantener su legitimidad ya en funciones, la han procurado y hasta patrocinado; la sociedad civil, en más de una ocasión, se ha dejado querer pues ha comprobado que una sana cercanía lograba más que una clara distancia.
Este año, al menos en lo nacional, se han dado varias muestras de que está por reconfigurarse la relación.
Interpreto que la sana cercanía terminó por consumir el principal activo de la sociedad civil, la legitimidad, por lo que estarían más que decididos a tomar distancia nuevamente… Y esto, para bien o para mal, coincide con la integración de los Sistemas Estatales Anticorrupción que, al menos en discurso, hacen de la “participación ciudadana” su plato fuerte.
El pasado jueves 28, la Comisión de Selección para integrar el Consejo Ciudadano del Sistema Estatal Anticorrupción (una verdadera Matrioshka del diseño institucional) terminó por cancelar un Foro de Consulta Ciudadana porque nadie se presentó (VANGUARDIA, septiembre 28). Veinte se inscribieron; todos, por alguna razón o coincidencia, decidieron no asistir.
No es por alimentar alguna teoría de complot o suspicacia. Pero sí llama la atención.
Se dijo que el Foro tendría “como propósito que las y los integrantes de la Comisión de Selección reciban opiniones respecto de los perfiles de quienes buscan integrar el Consejo de Participación Ciudadana del Sistema Anticorrupción” (VANGUARDIA, septiembre 21). Era, dentro del esquema, importante.
De parte de los convocantes, no habrá quedado otra más que decir que ellos cumplieron. ¿Será así? Pero no se trata de culpar o decir quién se vio mal. Buscar las razones detrás de lo sucedido obliga a quien esté verdaderamente interesado en estos procesos.
Porque regañar a quienes no asistieron sale sobrando. Porque eso de “abrir nuevos espacios” es ya bastante viejo y está desgastado; eso de que “nosotros somos los altruistas y por eso sí participamos desinteresadamente” suena manipulador. Y porque eso de que “el cambio está en manos de todos” es ya, lamentablemente, lugar común.
El tipo de participación que se observa como diálogo y propuesta requiere, como presupuesto, la confianza. ¿Será la ausencia en el Foro un mensaje de ello?
Luego la fórmula: “no te puedes quejar si no participaste”. Ahí, también, hay truco. Cuando no hay claridad y objetividad sobre cómo se asimilará la participación, la presencia del invitado se traduce (se utiliza) en validación a favor del grupo convocante. Ya si participas, aplican la otra parte: “fuiste parte de esto, no cuestiones”. Perder, perder.
Me adelanto: no participo de esgrimas en redes sociales ni apuestas a “debates esclarecedores” vía electrónica. No es de mi interés despertar polémicas. En el mejor de los casos, invito a la reflexión.
Definitivamente los representantes del poder deben ser creativos y proponer nuevas maneras de vincularse con quienes, del otro lado, vuelven a mostrar su disgusto.
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