Un largo camino

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“Solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”, esta profecía del poeta Rimbaud, aún incumplida, es anhelada por las personas de buena voluntad que se encuentran en todos ámbitos sociales – en todos los tiempos y oficios –, es buscada por personas que iluminan con su ejemplo, por personas que sueñan en la hermandad, la justicia y la fraternidad.

Los idealistas.

Me refiero a las mujeres y hombres que movidos por “la misteriosa fuerza de los ideales”, de sus personalísimas creencias, hilan vidas fecundas, honestas. Son los “imaginantes”, los inspirados, los rebeldes con causas, los incomprables, los que armonizan la perfección con la realidad, los que, a fuego de pasión, truecan lo temporal, lo intrascendente, como la riqueza, la vanidad, el “buen nombre”, la comodidad de la indiferencia y la seguridad del silencio, por los fastidios y penurias que implica consumar sus excelsos ideales.

Son los idealistas, son los poetas de la vida, los excelentes que se inconforman con la mediocridad, los rebeldes que saben que hay caminos mejores a los ya conocidos, a los previamente andados. Los leales a sus convicciones.

A ellos, la claridad de la luna los ánima, el roce de los primeros rayos del sol los sublima, el filón de una verdad encontrada los levanta en marcha, el diálogo los entusiasma. El ideal los invoca.

Por desgracia.

De igual manera, hay seres humanos que, desde privilegiadas posiciones, vestidos de gala y oro, pregonan altos valores, pero íntimamente llevan vidas contrarias, rutinarias: hablan de pobreza, pero esconden abultadas carteras en donde centellean las tarjetas bancarias, delatan el precario sueño de los desposeídos, pero duermen en cómodas almohadas que narcotizan la conciencia; pregonan fidelidad, pero secretamente la traicionan; se manifiestan humildes, pero aceptan presuntuosos reconocimientos. Personas que vestidas de blanco o negro, dicen proteger la vida, pero rigurosamente amparan las relaciones que no pueden originarla.

Se dicen servidores, pero se sirven a sí mismos: descaradamente hartan sus insaciables ambiciones; se dicen libres, pero han sido seducidos por el poder; hablan de democracia, pero son totalitarios, anti demócratas; se dicen vanguardistas, pero paralizan toda iniciativa fecunda. Se describen cultos, pero no leen, no escuchan. Son también quienes ingenuamente piensan que el pueblo se cree las historias oficiales. Los que ponen en letras de oro la palabra verdad, pero sus lenguas expresan mentiras. Demagogia.

Pregonan la cruz, pero esconden al diablo. Pueblan sus artificiales bibliotecas con libros de leyes, virtudes y justicia, pero en sus actos las palabras de esos libros son letra muerta. Son ellos los amantes de lo superfluo, de lo insustancial.

En ellos habita la incongruencia, sus vidas privadas manifiestan decepción. Son esos que José Ingenieros denominaba mediocres, los que buscan lo inferior; esos mismos parásitos que refería Ayn Rand en su libro El Manantial: los que sucumben ante lo sublime.

Humildes trabajadores.

Sacco y Vanzetti eran dos inmigrantes italianos, conocidos como “los mártires de Chicago”, su historia es trágica, pero inspiradora. Ellos representan la imprescindible congruencia, dos luchadores sociales, anarquistas, que murieron con dignidad bajo las falsas acusaciones y la complicidad de un gobierno injusto y parcial, que no estaba dispuesto a reconocer los derechos laborales de los obreros, menos de los inmigrantes.

Estos hombres inocentes, padecieron hasta la muerte antes que traicionar los principios en los cuales creían. Hoy representan valentía, integridad, pasión. Hombres contrarios a la mediocridad, cuyos actos de heroísmo empapan el alma.

Sacco y Vanzetti eran dos humildes trabajadores que hasta el último momento se declararon inocentes de las infames acusaciones, al tiempo que manifestaron el orgullo de su lucha.

El complot.

En su libro “La pasión de Sacco y Vanzetti”, Howard Fast comenta: “El 15 de abril del año 1920 Nicolás Sacco, obrero zapatero, y Bartolomé Vanzetti, ex panadero y peón de un horno de ladrillos y en ese momento vendedor ambulante de pescado, fueron detenidos acusados de haber cometido robo y doble asesinato”.

Ambos fueron condenados a muerte. La ejecución en la silla eléctrica se realizó a la media noche del 23 de agosto de 1927, numerosos intelectuales manifestaron contra el proceso, entre ellos Bertrand Russell, George Bernard Shaw, Upton Sinclair y H.G.Wells.

“¡Viva el anarquismo!”, clamó Sacco en italiano. “Soy inocente”, protestó Vanzetti. El mundo lloró.

La verdad es aplastante: todo fue un complot. Fueron ejecutados por su ideología y congruencia. La sentencia simbolizó una advertencia decisiva: el sistema no toleraría que gente como ellos exigieran derechos y libertades laborales. Humanas.

Tener presente.

Vaya historia de denuncia, fidelidad y heroísmo, que viene como anillo al dedo ahora que los tiempos son turbios para millones de mexicanos desprotegidos, ahora que la miseria aumenta y la imposibilidad de encontrar empleo digno se acentúa, ahora que emporan las condiciones materiales y espirituales en general y de los inmigrantes en particular. Ahora que la injustica, la corrupción e impunidad erosionan al país. Hoy que la violencia e inseguridad aflora por doquier afectando a todos por igual.

Ciertamente, vivimos tiempos lejanos y diferentes a los sucesos de Chicago pero aún prevalece esa misma lucha. Batalla que traspasa, permea, las décadas, el tiempo.

La tragedia de Sacco y Vanzetti, es un legado para todas las épocas. Representa un recordatorio de la injustica social y económica que millones de personas padecen y la incapacidad de los gobiernos para ejercer la mínima justicia.
La denuncia de estos inmigrantes encierra una esencial verdad: los odios deben desaparecer, la violencia es intolerable, todos merecemos un espacio para vivir y luego morir como seres humanos.

Secar las lágrimas.
Vanzetti dijo de su amigo Sacco:

“Sacco es un corazón, una fe, un carácter, un hombre; un amante del hombre de naturaleza y de la humanidad. Un hombre que dio todo, que sacrifica todo a la causa de libertad y a su amor por la humanidad (…) Oh sí, yo puedo ser más inteligente, como algunos han dicho, yo soy mejor hablando que él, pero muchas, muchas veces, oyendo su corazón expresar una fe sublime, considerando su sacrificio supremo, recordando su heroísmo, yo me sentía pequeño, pequeño en presencia de su grandeza, y obligado a secar de mis ojos las lágrimas, apagar los latidos de mi corazón que late en mi garganta para no llorar ante él”.

Querido hijo.

A su vez Vanzetti escribió a su hijo: “Querido hijo mío, he soñado con ustedes día y noche. No sabía si aún seguía vivo o estaba muerto. Hubiera querido abrazarlos a ti y a tu madre. Perdóname, hijo mío, por esta muerte injusta que tan pronto te deja sin padre. Hoy podrán asesinarnos, pero no podrán destruir nuestras ideas. Ellas quedarán para generaciones futuras, para los jóvenes como tú. Recuerda, hijo mío, la felicidad que sientes cuando juegas, no la acapares toda para ti. Trata de comprender con humildad al prójimo, ayuda a los débiles, consuela a quienes lloran. Ayuda a los perseguidos, a los oprimidos. Ellos serán tus mejores amigos…. En esta lucha por la vida, encontraras más amor y serás amado. Adiós esposa mía. Hijo mío.”

Antorchas perenes.

Estados Unidos reconoció oficialmente el error: Sacco y Vanzetti fueron exonerados simbólicamente el 23 de agosto de 1977. Un largo camino, pero la verdad imperó.

¡Qué lección de integridad! Estos hombres intemporales, universales, son también mexicanos. Sus ideales no perecieron, al contrario, sus causas toman un nuevo vigor en una época en la cual la incongruencia, la intolerancia, la violencia y la discriminación parecen ser su signo distintivo, casi definitivo.

El martirio de estos inmigrantes mantiene al cielo estrellado. Tengo fe que la mágica fraternidad resurja en nuestra tierra gracias a los innumerables “Saccos” y “Vanzettis” que, desde innumerables trincheras, emprenden sus ideales a favor de México. Sus actos, como antorchas encendidas y generosas, afortunadamente, iluminan el oscuro acontecer por el que hoy México transita. Sus contribuciones cotidianas, pacientemente, buscan conquistar la espléndida ciudad…

cgutierrez@itesm.mx

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