No, yo no creo que ver al ciudadano solo como un posible portador de credencial del INE y de un voto a favor de un o una candidata sea una estrategia razonable, suficiente o innovadora de campaña.
Tampoco considero que los ciudadanos debamos conformarnos con ser tratados así y debemos despertar, tarde o temprano, para levantar la mano, la voz y las expectativas acerca de lo que debería ser prioridad para cualquiera que quiera ser electa(o). Es necesario y urgente transformar la relación que existe entre gobernantes y gobernados. Ojo, se supone que el gobernante es solamente un apoderado de los ciudadanos; no es dueño del distrito, del escaño, del municipio, estado o país que le toca administrar. No estamos eligiendo un rey o reina sino a alguien a quien le estamos encargando administrar nuestros impuestos y procurar acercar al país cada vez más a un Estado de Derecho. Alguien que se comprometa a cumplir y hacer cumplir. Sí, que tenga en cuenta los grandes problemas y carencias del país, pero también entienda los problemas e inquietudes cotidianas del ciudadano a lo largo y ancho del país, y de arriba a abajo en su nivel socioeconómico.
En 2004, en este espacio, toqué por primera vez el ángulo de considerarnos los consumidores como los grandes electores que deberíamos ser y de pedir a los políticos que sus plataformas de campaña y planes de gobierno entiendan que atender al consumidor debería ser una decisión muy obvia para quien quiere ser popular y exitoso en esto de ser gobierno. Y la verdad es que, casi 20 años después, esa solicitud y concepto sigue vigente. En estos últimos 20 años, pasamos por Fox, Calderón, Peña y López y el consumidor sigue olvidado. A merced de trámites y servicios públicos que no mejoran sustancialmente y de sectores enteros de la economía manejados por oligopolios que ejercen el poder que les otorga la falta de competencia y la falta de autoridad que verdaderamente vigile y haga cumplir la regulación que protege al consumidor, generalmente por una colusión implícita con grandes empresas y empresarios. La amigocracia o cuatarquía ha perdurado y navegado gobiernos de todos colores e ideologías, incluso el actual “de izquierda”. Todos han prometido algún tipo de transformación, pero ninguno se ha animado a hacer un verdadero pacto con el consumidor, un pacto que alinearía incentivos casi de manera mágica, porque atender lo que le preocupa y afecta al consumidor implicaría, poco a poco arreglar los grandes problemas del país.
Imaginemos que, fuera de ideologías e inercias rancias, Claudia o Xóchitl armen sus campañas y plataforma de gobierno alrededor de lo que les preocupa a los consumidores. ¿Quién estaría en desacuerdo con eso? ¿Cómo negarle el voto a quien se comprometa a velar porque los litros completos sean la regla y no la excepción? Porque seamos sinceros, el país está plagado de “litros” de a 900, 800, 700, o incluso menos, mililitros. En un día promedio, un mexicano de cualquier nivel socioeconómico se topa a diestra y siniestra esos “litros incompletos” y ya ni siquiera le sorprende; no solo en gasolineras. Calles sin señalamientos ni carriles pintados, plagadas de baches y semáforos que cuando operan no están sincronizados, bordeadas por banquetas inexistentes, pero al mismo tiempo el alcalde cree que merece un hueso mayor. Tenemos carreteras de cuota, concesionadas a los cuates de antes (que no son muy distintos a los de hoy), cobrando cuota completa, mientras tienen largos tramos en “reparación”, con casetas insuficientes, carriles de pago automático que no funcionan. Aerolíneas (y aeropuertos) que con demasiada frecuencia retrasan, cancelan o dan servicios que no son acordes a lo que prometieron y cobraron. Piensa cuántas veces a ti o a tus conocidos te han quedado mal aerolíneas o aeropuertos. ¿Tienes servicio de internet en tu casa o trabajo? Revisa cuánto pagas y qué velocidad se supone debes recibir. Pagas por “X” y recibes “X/2”. ¿Cada cuándo se te corta una llamada telefónica y debes marcar de nuevo? Ahí otro “litro” incompleto para el que nos han entrenado por varias décadas. Trenes lentos en la era de los trenes de alta velocidad. Gobernantes que “acaban” su encargo antes de que se den los plazos para los que fueron electos, solo porque creen que ya merecen algo más, sin importar los resultados tangibles. Aseguradoras y bancos especialistas en hacer que sus clientes batallen, que se den múltiples vueltas, que persigan trámites hasta que se cansen y acaben por aceptar sus “litros” incompletos. Ventanillas de atención al cliente (o contribuyente) que están parcialmente abiertas; en aduanas, en oficinas de gobierno (y hasta en el Oxxo). Obras inauguradas a medias -y múltiples veces-, solo para la foto, inconclusas. Gobiernos que presumen “logros” que no toman forma. Políticas públicas para crecer al 2%, tal vez al 3%, cuando el país necesita 5% o 6% por año. Y nadie o casi nadie parece siquiera pensar en defenderse o exigir lo que merecen o pagaron; así solo se hace la bola de nieve más grande.
Nuestro voto y nuestro apoyo, de consumidores, es de lo poco que tenemos para negociar con quien aspira a gobernar.