Hace algún tiempo leí una nota en los medios que me dejó perplejo y pensativo: un joven hindú demandó a sus papás por haberlo traído al mundo sin su consentimiento. En un principio pensé que se trataba de una broma o que la noticia era incorrecta, pero después de realizar una investigación adicional ayudado por Google, pude corroborar su autenticidad.
Desconozco el tipo de demanda que entabló el muchacho, si fuera por lo civil, lo penal o lo familiar, no revisé tanto detalle, aunque sí algunos de sus argumentos, que eran algo así como que si él hubiera sabido que vendría a la vida a sufrir y tendría que conseguir un trabajo para subsistir, definitivamente no hubiera aceptado nacer.
Y en este sentido sus padres son los culpables por haberlo concebido de manera irresponsable, en un acto egoísta y placentero para ellos, y luego no haber tratado de contactarlo mientras se desarrollaba en el vientre de su madre para informarle las implicaciones de vivir y las obligaciones que adquiriría, para que él pudiera decidir continuar con el embarazado o interrumpirlo.
Este individuo profesa una ideología “antinatalista”, que al parecer cuenta cada vez con más adeptos. Según esta, los adultos debiéramos abstenernos de engendrar más seres humanos por razones morales, porque el mundo ya está suficientemente poblado y no es el mejor lugar para albergar a una criatura. Si todos pensáramos así, en menos de un siglo la especie humana se extinguiría por completo.
Pero eso no es lo que me preocupa, nunca va a pasar. Más allá de la postura cómoda e irresponsable de culpar a otros de nuestra abulia, lo que me inquieta es que la vida es cada vez menos valorada, sobre todo por la juventud. Y lo vemos todos los días con los altos índices de suicidios y con el creciente número de adolescentes que caen en las drogas o engrosan las filas del crimen organizado, sabiendo que su vida será muy corta a partir de entonces.
Antes se decía que el ser humano era curioso, porque “nacer no pide, vivir no sabe y morir no quiere”. Ahora, podría decirse que el ser humano está cambiando sus preferencias hacia lo catastrófico: “nacer no quiere, vivir no desea y morir anhela”.
Actuar con responsabilidad no implica dejar de traer hijos a este mundo, sino procrearlos en el momento correcto, brindándoles todo el tiempo y el amor que necesiten, educándolos con cariño y, sobre todo, tratando de dejarles un planeta mejor que el que recibimos de nuestros padres.
Cada día que vivimos es un regalo maravilloso del destino, del Universo, de Dios. Cada día que amanece es una oportunidad de hacer las cosas correctas, de regalar amor y de ser felices. La vida es un don único que no podemos desperdiciar. Eso es lo moralmente correcto.