Aunque los historiadores ofrecen opiniones encontradas sobre la eficacia y la eficiencia del régimen soviético encabezado por Stalin, capitalizador de la dictadura comunista heredada desde Lenin, lo que es un hecho irrefutable es que las décadas que duró su mandato fueron de nulas libertades, de pobreza extrema generalizada y que dejaron a su paso una millonada de presos políticos, de desaparecidos y de asesinados.
A Stalin le tocó sortear dos guerras mundiales del lado de los Aliados y salir victorioso, así como iniciar la Guerra Fría contra Estados Unidos en lo particular, y contra las democracias capitalistas en lo general, sin alcanzar a ver su desenlace. Lo único que lo pudo separar del poder fue una muerte ya anunciada por su enfermedad.
Al morir, fue sustituido en el poder por uno de sus incondicionales, Nikita Jrushchov, quien, a pesar de su origen estalinista, llegó decidido a poner fin de manera gradual a ese régimen que había resultado tan nocivo y letal para su pueblo.
Cuentan sus biógrafos que un día estaba dando una conferencia ante un nutrido grupo de ciudadanos en la que denunciaba los crímenes de Stalin, cuando uno de ellos, protegido por el anonimato de la masa, lo interpeló diciendo “Tú eras un colega de Stalin, ¿por qué no lo detuviste entonces?”. Nikita detuvo su discurso y buscando con la mirada entre la multitud cuestionó en tono autoritario “¿Quién dijo eso?” Silencio. Volvió a gritar, ahora en un tono más alto, “¿Quién dijo eso?” Nuevamente silencio. Después de unos segundos, dijo en un tono conciliador y obsequiando una sonrisa “Bueno, ahora ya saben por qué no lo detuve.”
La anécdota es extraordinaria. En lugar de argumentar que quienes estaban cerca de Stalin sufrían de un miedo permanente porque enfrentarlo o mostrar cualquier indicio de rebelión significaría la muerte o un destierro a las heladas prisiones de Siberia, en el mejor de los casos, puso a su atacante en sus zapatos para que sintiera lo que todos sintieron durante su mandato. La demostración fue devastadora y quienes tenían dudas de los antecedentes y las razones de Jrushchov salieron convencidos de su originalidad y de sus intenciones.
El relato, además de transmitirnos la gran capacidad intelectual y la enorme sensibilidad del gobernante soviético, también nos sirve para comprender los riesgos de un régimen totalitario. Una vez que una dictadura comunista se instala, es muy difícil su erradicación, precisamente por esos métodos terribles, de intimidación y persecución, que utiliza para su sostenimiento. A pesar de las intenciones de Jrushchov, tuvieron que pasar otras cuatro décadas para que cayera el muro de Berlín, y con él, el sistema comunista soviético.
Para no repetir la historia, es necesario conocerla y, sobre todo, participar en la política defendiendo nuestra democracia. Hoy, más que nunca, debemos cuidar nuestras instituciones y órganos ciudadanos, sobre todo los electorales y de rendición de cuentas. Solo así podremos seguir viviendo libres y sin miedo.