Voló la aerolínea.

Después del 21 de noviembre, ya no habrá vuelos México-Saltillo. La noticia cae como baño de agua fría en invierno pues viene a sepultar la ya de por sí insípida conexión aérea comercial de la capital coahuilense. Unos pocos días antes se conocía la decisión de disminuir una frecuencia y cambiar los horarios, publicitándose que era por el clima.

En todo esto hay, por supuesto, una afectación objetiva: los empleos relacionados con el despacho de aeronaves y el traslado de pasaje desde Ramos Arizpe a Saltillo vía TAXI; el tránsito desde la capital del Estado y la ciudad de México representará, desde ahora, mayores costos. Volar no es necesariamente una práctica de élite, como pudiera estar en el imaginario colectivo; es, en los tiempos que se viven, casi una necesidad para temas de salud, comerciales y sociales.

Hay, además, un impacto en lo político de una administración que está por morir.

Uno de los datos presumidos en el último informe (ése, donde los muy subordinados afirman que lo único que faltó fue reconocer que se trabajó de más… sin palabras) fue la inversión superior a los 220 millones de pesos aplicados en tres aeropuertos, de los cuáles 175 millones (según se ha anunciado) pararon en el “Plan de Guadalupe” en Ramos Arizpe.

Las circunstancias en las que se conoció la noticia deben quedar por escrito: fueron los medios de comunicación quienes dieron con el tema antes de ser confirmado por la aerolínea o que el gobierno, a través del Servicios Estatales Aeroportuarios o la Secretaría de Desarrollo Económico, dijera ésta boca es mía. Esa, al menos, es la impresión que dejaron los primeros registros en los diarios de Saltillo.

Quien piense mal tendrá elementos de sobra para suponer que en el gobierno se apostó a que el asunto no se supiera dentro del sexenio. La política pública de conectividad no fue, en aeropuertos, más que yeso y pintura: gastaron en materiales e imagen, pero no se invirtió para desarrollar la plaza.

A palo dado, se sabe de la poca efectividad de las gestiones estatales. El Secretario de Desarrollo Económico relata haber estado los quince días previos buscando una reunión con los directivos de Aeroméxico para componer los recortes y cambios de horario ya anunciados. Las puertas no se abrieron, no hubo interés de diálogo. No quedó más que decir “estamos sorprendidos por la decisión” de Aeroméxico (VANGUARDIA, noviembre 9, 2017): así la expresión de aquél cuya chamba era tener información de primera mano.

Por lo que se sabe, quienes laboran en Servicios Estatales Aeroportuarios hicieron lo que estaba a su alcance. Ahí toca administrar lo que no hay y, en ese marco, hasta pudiera hablarse de milagros.

Por eso, que se sorprenda quien quiera, pero el asunto se veía venir. No se trataba de si sucedería o no, sino cuándo sucedería.

En la región, es histórica la precepción de que el aeropuerto debe cambiar su ubicación para verse menos afectado por el clima y su cercanía con Monterrey. Las aerolíneas se van con más frecuencia que con la que llegan y los costos por “convencer” nunca son del todo conocidos. Los eventos y convenciones se llevaron a Torreón para “afectar” una administración panista. Para no ir más lejos, hasta el servicio de restaurante en la terminal aérea dejaba mucho por desear, estando la mayor parte del tiempo sin atención, vacante (VANGUARDIA, marzo 14, 2017).

Con esto termina una administración que duró más de lo esperado. Con esto y otros muchos pendientes.

@victorspena
www.victorspena.net

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