“¡Hoy resulta que es lo mismo, ser derecho que traidor!… ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao.¡Siglo veinte, cambalache problemático y febril!…El que no llora no mama y el que no afana es un gil!” .
El antiguo tango “Cambalache” de Santos Discépolo, ilustra el panorama de tiempos que aun ajenos, llevan a la definición de formas y sentidos a los que atiende nuestra naturaleza humana.
En el callejón electoral al que nos llevó esta jornada gris, tamizada, chapucera de pronta culminación a través del voto, la sociedad no fue espectadora, antes participe, de los discursos, las promesas, los señalamientos y los interminables spots radiales y televisivos que pretenden vender la imagen de personajes indecentes y productos de la imposición moreiriana.
La reflexión es necesaria, pero solo en el limitado tiempo del sosiego que este proceso pudiera dejar.
Eso de entregar el futuro de la promulgación de leyes que pueden afectar nuestros derechos elementales, no puede ser factible sino después de un ejercicio de análisis, en el que las características de: madurez política, preparación académica, experiencia, compromisos, valores, actuación y fortaleza moral, sean el indicativo de una mejor decisión.
Sin duda que el primer paso activo será el de emitir el sufragio, para tener el derecho o legitimidad de ir al reclamo o al reconocimiento de lo hecho y antes prometido.
Pero esta acción no basta, es necesario que nuestra civilidad de para más y nos lleve a la exigencia, a la participación en la planeación de un mejor futuro, a la denuncia de lo realmente declarado que falta al respeto de nuestro simple sentido común.
De no ser así, entonces limitémonos a que cada elección seamos ciudadanos al votar y después solo opinión pública.
Ser diputado local, es cosa seria y si realmente existe esa madurez para el diálogo y los acuerdos necesarios, es el momento de demostrarlo.
Al sufragar debemos estar ciertos, de que candidato tendrá el valor, la sapiencia y la valentía necesaria para sentarse a dialogar con quien haga falta. De tener que ceder de forma justa e inteligente, de tener que comprometerse por el bien de las partes de un todo.
Un voto razonado incluiría a aquel que conteste mejor cuestionamientos como: ¿Cómo me ha convencido de que le interesamos, que tanto podemos confiar en quien dice nos representara?; ¿Cómo fiarnos de que cada uno de sus actos políticos estarán encaminado al bien común?; ¿Cómo me ha demostrado ser una persona inteligente, responsable y justa, que sabe defender a la perfección el derecho que todos tenemos de vivir en paz?; ¿Qué garantías tenemos de que se brindara un ambiente de seguridad y de pleno desarrollo? y por ultimo… ¿Cómo nos va a demostrar que sabrá sentarse a dialogar y llegar a acuerdos y compromisos con todos los factores sociales y políticos?
Estaremos muy equivocados, si pensamos que más allá del voto, no existe nada. La ciudadanía no caduca, pero si se atrofia por desuso.
La lucha no solo es por vencer al contrario, sino también al abstencionismo. No se trata de doblar las conciencias, sino de convencer las inteligencias.
En fin, el proceso será una fiesta dependiendo de la maduración y la intencionalidad, de la rivalidad honesta y de la legalidad en el trato, de los perdones y las sonrisas.
Churchill emite la consigna: “El político se convierte en estadista, cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones“.
Recordemos ciudadanos, que elegir es una siembra y la voluntad es la semilla. ¿De qué variedad entonces quieres que sea tú cosecha?
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