La ciudad de Onitsha, en Nigeria, ocupa el primer lugar de un triste ranking. Su millón de habitantes (según datos del año pasado) son los que respiran el aire de peor calidad del planeta. El segundo y el tercer lugar del podio de los malos humos son para Peshawar, en Pakistán, y Zabol, en Irán. Las tres comparten su condición de ciudades industriales que actúan como motores de economías emergentes. Pero el problema de la contaminación no es únicamente un fenómeno de países asiáticos o africanos. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud estima que ocho de cada diez habitantes de núcleos urbanos en el mundo respiran un aire que supera los límites de contaminación recomendados. El porcentaje sube hasta un 98% en el caso de las ciudades con más de 100,000 habitantes situadas en países de bajos ingresos.
Cuando se piensa en contaminación las imágenes más frecuentes son las que nos muestran a ciudadanos chinos en Pekín con mascarillas y una nube gris sobre sus cabezas que no les permite ver el sol. En contra, si hablamos de Ámsterdam, lo que imaginamos son lozanos holandeses pedaleando en sus bicicletas por calles limpias y verdes. Pero esta idea no es del todo cierta: la capital de los Países Bajos, pese a que ha anunciado que quiere convertirse en la primera urbe europea con cero emisiones, actualmente es una de las ciudades con peor calidad del aire de Europa. Tanto es así que el pasado verano una organización ecologista llevó a los tribunales al gobiernos acusándole de atentar contra los derechos humanos a causa de los altos índices de contaminación.
Frente a este problema, caben varias soluciones y ninguna de ellas sobra. Pero, sin duda, la más curiosa es la propuesta por Joris Lam y su compañía TreeWiFi. El nombre de la empresa fundada por este diseñador y productor audiovisual holandés resulta suficientemente explícito: árboles con conexión a Internet. Y la forma en que la WiFi puede ayudar a mejorar la calidad del aire es tan peculiar como la idea misma. Lam y su equipo han comenzado a instalar en determinados puntos de Ámsterdam casas para pájaros dotadas de sofisticados sensores que miden los niveles de contaminación atmosférica. Cuando el aire no rebasa los niveles de polución recomendados, la pajarera se ilumina con color verde y ofrece acceso gratuito a Internet a través de una potente conexión WiFi. Cuando, por el contrario, el ambiente se vuelve irrespirable, una iluminación roja lo denuncia y se corta la conexión. Obviamente, Lam no es tan ingenuo como para pensar que con su invento por sí solo sea posible cambiar algo tan complejo como la contaminación en una ciudad de más de 800.000 habitantes. Pero puede ser una buena forma de concienciación: “si implementamos herramientas que todo el mundo puede entender, con las que todo el mundo puede ver la contaminación con sus propios ojos, tal vez la gente deje de utilizar los coches porque ellos mismos podrán observar las consecuencias de sus acciones”. La idea de FreeWiFi es ampliar las posibilidades de su idea, añadiendo a la recompensa de Internet gratis otros beneficios como música, descarga de aplicaciones o descuentos en los comercios de la zona donde estén situados los medidores. Sin duda una forma amable y original de conseguir que, entre todos, nos propongamos solucionar uno de los más graves problemas de nuestro tiempo.
Información por El Pais
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