Cuando llegamos a la caja registradora del supermercado es común encontrarnos con una amable persona adulta mayor que vacía nuestro carrito en la cinta transportadora, mientras otro, de igual condición, empaca alegremente la mercancía.
Quizá ya no lo recordemos, pero todavía hace 20 años la dinámica no era así. Quienes realizaban esta labor eran menores de edad que padecían cierto grado de vulnerabilidad al realizar actividades laborales mientras dejaban de lado las actividades educativas y lúdicas a las que todo niño tiene derecho.
Eran conocidos como “cerillitos”.
Claro, es deseable que un menor aprenda a darle valor a las cosas desde temprana edad, pero no abusando de su nobleza e inocencia. Es bueno que adquiera habilidades en algún oficio, pero sin verse orillado a abandonar sus estudios e hipotecar su futuro. Es admirable que contribuya al ingreso familiar, pero deplorable si el costo es su explotación y maltrato.
Aunque se trata de una actividad no clasificada dentro de “las peores formas de trabajo infantil” por la Organización Internacional del Trabajo, como sí lo están la explotación sexual o su utilización en la producción de estupefacientes, eran inminentes los riesgos para los “cerillitos” cuando salían de noche de sus centros laborales luego de prolongadas jornadas de trabajo.
Por otro lado, dada la inversión de la pirámide poblacional y el aumento en la esperanza de vida existía una población creciente de adultos mayores en el abandono, sin fuentes de ingresos, muy pocos con pensiones raquíticas y la mayoría sin ni siquiera eso.
Por aquellas épocas tuve la oportunidad, desde la dirección del DIF estatal de Coahuila, de participar en el diseño de una estrategia para resolver esa problemática, que después sería replicada a nivel nacional. Lo primero fue convocar a los representantes de los supermercados y tiendas de autoservicios para sensibilizarlos al respecto. Aceptaron de muy buena gana, y se pactaron acuerdos importantes.
Los niños podrían seguir trabajando como empacadores, siempre y cuando fuera de día y demostraran que iban a clases. Además de las propinas, recibirían paquetes alimenticios sin costo. Para cubrir el horario nocturno, el de mayor afluencia, se reclutarían adultos mayores registrados en padrones de la autoridad, a través de la promoción y la vinculación.
El resto es historia. Y lo mejor de esta estrategia es no haber costado un solo peso al erario. Un programa muy noble, sólidamente enraizado desde entonces, y ejemplo de cómo el ingenio, la voluntad y la pasión pueden generar grandes cambios sociales.