Ya no cuentes los muertos

La epidemia de covid-19 nos ha impactado de distintas formas y en diferentes áreas de la vida personal y social. Desde luego, lo más más doloroso y lamentable son las muertes que en todo el mundo ha cobrado esta enfermedad.

Para alguien que ha perdido a un familiar o un amigo muy querido es difícil aceptar la pérdida y ver la vida con otra mirada. Sin embargo, algún día el dolor nos da permiso para voltear hacia la luz, el color y hacia los otros. 

El texto que ahora comparto, lo escribí en los días terribles cuando la muerte rondaba en todos los rincones de México. Sin más pretensión literaria y con un lenguaje sencillo, aspira a ser un sincero homenaje al porvenir, a la vida y a todas y todos los que la han hecho más llevadera, jugándose literalmente la de ellos por la nuestra.

Ya no cuentes los muertos, cuenta los vivos mejor 

Cuenta la vida perenne, 

espléndida, vencedora;

la vida que siempre aflora 

en la risa de los niños,

en la fe de esos ancianos 

que vencen en el agón,

dejan el lecho mortuorio

y asombran al auditorio 

para darnos gran lección:

cual Lázaros nos recuerdan

que más que la vida, nada.

 

Ya no cuentes el dolor, 

cuenta las voces del río, 

cuenta las olas del mar.

Mira que es inmenso, bello,

el regalo de la vida;

mira el rosal con sus flores:

se guardaron días, meses,

y hoy lucen hermosas galas; 

mira las aves del cielo, 

baten alegres las alas,

nos regalan su cantar.

 

Ya no cuentes los muertos,

ensaya mejor canciones 

para entonarlas mañana

a la luz de una fogata

junto a tus hijos y nietos.

Lee versos y sonetos, 

no son oro, no son plata, 

pero hacen la vida grata.

 

Ríe, baila, estrena pasos, 

dibuja o llena retazos 

de forma, luz y color, 

o imagínate los lienzos 

que mañana pintará 

el prodigioso pincel 

del que ha nacido a esta hora, 

o ve mañana la aurora, 

el regalo del Creador.

 

Ya no cuentes los muertos, 

cuenta los vivos mejor.

 

Cuenta manos bondadosas 

y miradas compasivas, 

cuenta las frases de amor 

pronunciadas noche y día,

en momentos de agonía,

para convocar la vida 

y mitigar el dolor.

 

Ya no cuentes los muertos,

cuenta los vivos mejor.

 

Cuenta las manos callosas 

que van cultivando rosas,

que van sembrando semillas

y cosechando los granos, 

la fruta y las hortalizas. 

Y cuenta todas las risas 

de los que a pesar del miedo, 

con sus hombros solidarios,

con sus brazos fraternales

salen con lluvia o con frío, 

apurados, con la prisa

de cargar en su espaldas

el pesado mecapal, 

para llevar a tu mesa

el trigo, el pan y la sal.

 

Ya no cuentes los muertos, 

cuenta mejor la esperanza,

y la fe y la caridad 

de los que todo lo dan

sin pedir, sin cuestionar,

de los que a su paso van

el corazón entregando

sin medir, sin vacilar. 

Que no se cansan de amar,

que no se cansan de dar, 

y su luz al caminar 

una estela va dejando 

que no para de brillar. 

 

Hoy el amor nos convida

al jolgorio de la vida.

Ya no cuentes los muertos, 

déjalos marchar en paz.

La muerte se va y tras ella

van el llanto y el dolor.

Aquí se queda la vida, 

aquí se queda el amor.

 

Ya no cuentes los muertos, 

cuenta los vivos mejor.

 

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* “El contenido, conceptos y juicios de valor del presente artículo son responsabilidad del autor y no necesariamente son compartidos por la Edición, y/o los propietarios de este Periódico”.
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