Zona de muerte

La Región Carbonífera no es solamente una zona de miseria y abandono, es un área de destrucción humana y ecológica, un sector en donde no hay futuro y donde la vida se apaga porque no hay regeneración de los territorios explotados y ninguna posibilidad de promover otros géneros económicos.

Esta semana en Agujita, Coah. 10 mineros quedaron atrapados por la inundación de la mina, de ellos 4 se salvaron, es posible que los 6 restantes hayan muerto ahogados. Según el periódico, Sin Embargo, los mineros laboraban a 65 metros de profundidad en una estructura insegura que no cuenta con paredes construidas, por lo que se le considera una trampa mortal, el accidente hizo evidente que no se verificaron las condiciones de seguridad, se afirma en el diario.  

No hay autoridad que controle y regule la explotación del carbón que en muchas áreas es a cielo abierto, los empresarios extraen el carbón y dejan enormes tajos que no son cubiertos y que configuran un paisaje desolador y destrozado, aunque es obligación de la Semarnat y de la Profepa inspeccionar y obligar a los empresarios que explotan la región a que cumplan con las leyes, que sí existen, a fin de proteger a los trabajadores y el territorio.

De ahí se extrae el carbón con el que se genera la electricidad para los hogares del país. Es una zona de contaminación total, del aire, de los acuíferos y con daños irreversibles a la salud de los trabajadores provocados por la neumoconiosis que es una enfermedad con características radiológicas similares a la silicosis, que afecta a los trabajadores dedicados a la extracción y al trasporte de carbón y que respiran ese polvo, de hecho Coahuila mantiene el primer lugar por número de incapacitados por esta enfermedad, prueba de ello es que para el 2020 fueron 644 incapacitados en el estado a causa de este padecimiento (IMSS).

Por los accidentes en las minas en este siglo, después de la explosión de la mina Pasta de Conchos con los 65 sepultados, han muerto 122 mineros. Lo cual es estremecedor, al salir de casa el minero sabe que se va, pero no sabe si volverá, sus familias viven en la zozobra y los trabajadores encomiendan sus cuerpos y sus almas al Altísimo porque no hay alternativa; padres e hijos siguen la herencia.

A eso no se puede llamar vida. ¡Despedir por la mañana al marido, al hijo y horas después enterarse que está muerto o atrapado en la mina es terrible! Y los empresarios mineros y autoridades son omisas, he escuchado a empresarios que se absuelven, ¡así es esto, sabemos que la vida está en juego!, mientras no sea la de ellos, dicen, es parte de la normalidad, son los riesgos, pero en realidad es injustificable no cumplir con la ley, no invertir en seguridad para detener los accidentes interminables, mostrar que la vida de los trabajadores importa poco, no se mide el peligro. Y cuando ocurre, ya le tocaba, ni modo, la reacción es la resignación y ahí queda.

Dicen los trabajadores y sus familias que un motivo de tantos accidentes y muertes es la corrupción de las autoridades, porque ellas no inducen a una mayor vigilancia. Es imperativo conocer las leyes y exigir que se apliquen.

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